ADVERTENCIAS: *Queda terminantemente prohibida la reproducción total o parcial de los contenidos ofrecidos a través de este medio, salvo autorización expresa de sus respectivos autores, quienes poseen la titularidad de los mismos. **Los contenidos que ofrece esta página, son el resultado de los ejercicios realizados en el taller de narrativa, donde los autores desconocen, previamente, la naturaleza de los mismos. En definitiva, son fruto de la improvisación; narración desnuda. Como tal, son expuestos aquí, sin corrección ortográfica, gramatical o de estilo. ***Para cualquier comentario, sugerencia, duda, denuncia por uso inadecuado u otras incidencias, puede contactarse con el coordinador del taller y moderador de este blog, Juan Sedeño, a través de los medios de contacto que puedan facilitar los responsables de la Biblioteca Pública Municipal "Cristóbal Cuevas", o directamente, a través de este blog.

jueves, 25 de noviembre de 2010

FELICITACIÓN

Aprovecho para abrir un pequeño paréntesis al texto de Amor, para felicitar expresamente a la compañera Rosa, por su condición de finalista del III Concurso de Microrrelatos sobre Abogados (Noviembre 2010). Igualmente felicito a todos/as los/las demás que han participado, acaben siendo o no, finalistas. Vuestros trabajos también cuentan, a mi juicio, con la calidad suficiente para obtener todo merecimiento. Quién sabe si todavía veremos alguno más al que haya que felicitar, que aún les queda relatos por colgar. Es muy difícil, pero dejaremos el hilo entreabierto por si las moscas...
Rosa Gaton Milan
Sueño cumplido
Llegué a la oficina y fui poniendo al día todos los informes que mi padre me había dejado como herencia; por fin había cumplido su sueño: tener un hijo que seguía sus pasos. Al caer la noche decidí salir a celebrar Halloween.De pronto la puerta se abrió; una mujer ensangrentada vestida de negro con una calabaza entre sus manos, los ojos llorosos, y voz temblorosa me dijo: Por favor ayúdeme, he matado a mi marido. Me quedé en la puerta con la mirada clavada en aquella mujer mientras ella gritaba: ¡Ha sido en defensa propia! Escúcheme... soy inocente. La vida es un puente que cruzas sin saber qué hay al otro lado, un día sale con sol y otro nublado. Ni siquiera pregunté si tenía o no recursos, solo sabía que esa mujer me necesitaba y quería cumplir mi sueño: hacer Justicia

CUENTAS PENDIENTES

Se dice, cuenta o rumorea que algunos buenos ejercicios del Taller quedaron en el tintero. No se trata de erigirme en juez de la cuestión, sino en mensajero -cotilla -cumplidor. Empiezo por el de los zapatos y me gustaría continuar por el del Soldado de Paco (si me lo manda por mail, porque servidor ya no lo conserva).
Como mi oído no es tan fino como quisiera, os ruego me advirtáis cuántos más se quedaron, injustamente (o no), fuera de juego, e intentaré saldar cuentas. Ya me diréis.

Por Amor de Pablo.


Ante todo presentarnos. Somos un par de zapatos de color ocre con cordones. En el lateral llevamos impreso el dibujo de una selva. Podría decirse que nuestro estilo es moderno a la par que práctico. Dos cualidades que no suelen ir juntas ni a comprar tabaco. La persona que nos adquirió lo hizo por comodidad; la suya se entiende. Lo que no sabía es que además de cómodos resultamos ser bastante inquietos.
Nos gusta más la vida de verano que la de invierno. Debe ser porque vamos a sitios que no conocemos y pisamos suelos distintos.
En invierno, cuando nos toca salir, casi siempre hacemos el mismo recorrido. De lunes a viernes primero pisamos el suelo de la casa, de terrazo normal y corriente. En la casa el único suelo que tiene algo de interesante es el del baño. Es de gres blanco con motitas grises y si te quedas mirándolo fijamente, a veces, se pueden ver caras de animales o de personas. Después toca pisar el rellano de la escalera, el ascensor, el suelo del garaje y por último subimos al coche. Los pedales ya casi son una prolongación nuestra. Pero precisamente porque los pisamos tan a menudo no encontramos nunca una novedad digna de recordar. Si vamos a la piscina aún cabe la posibilidad de llevarnos alguna sorpresa. Si el suelo está mojado patinamos y aunque esta acción no está exenta de cierto peligro, a cambio ofrece una pequeña dosis de aventura. Por lo demás es un suelo de linóleo bastante insulso y aburrido. El suelo del trabajo es como el propio trabajo, monótono y corporativo. Todo igualito, igualito para que no nos sintamos diferentes unos de otros.
En cambio, en verano la cosa cambia. Los lugares suelen ser desconocidos. No hay una sensación igual a la de pisar un suelo por primera vez. Además de la novedad es la variedad. Pisamos suelos de mármol, de madera, de arena, de tierra, de adoquines, de gravilla, de asfalto. Las posibilidades parecen no agotarse jamás.
Cuando fuimos al Algarve el camino que llevaba hasta la playa era de chinillos blancos y redondos, brillaban con el sol y estaban muy calientes. Era bastante difícil mantener el equilibrio encima de aquellas piedrecitas. El camino acabó desembocando directamente en la arena. Una arena de color tostado que parecía pan rallado, tan blanda y espesa que nos hundíamos y se nos colaba por dentro como si fuera una invasión de hormigas.
Esa fue la primera vez que viajamos. Y a partir de ahí ya fue no parar.
Al año siguiente fuimos a París. Nuestro primer vuelo. ¡Qué emoción! Pues no. Nada de emocionante tenían los pasillos del aeropuerto, ni el finger para entrar en el avión y no digamos ya la moqueta del dichoso avión. Valientes suelos más sosos. Eso sí, en el momento que pisamos el suelo de París propiamente dicho, ahí sí que nos cogió un nerviosismo peatonal y más parecía que volábamos en vez de andar.
El primer contacto fue nada más y nada menos que con el césped de los Campos Elíseos para acabar llegando al asfalto justo debajo de la Torre Eiffel. Luego sentimos crujir debajo de nosotros el parquet de las escaleras del apartamento. Por la mañana, nada más salir pisamos las escaleras y pasillos del metro. Nos produjeron una sensación desagradable con tantos chicles pegados y tantas meadas, tanto humanas como caninas, sospechamos que más de las primeras que de las segundas. Pero esta sensación fue recompensada por la vibración que producían los vagones; nos subía por las suelas y hacía que tembláramos como hojas. Al descender del metro, por supuesto, pisamos los adoquines y a nosotros también nos parecía que debajo de ellos estaba la playa. Que además de ser unos zapatos cómodos e inquietos, también somos culturetas.
Ese día visitamos El Louvre. Aquí nos pusimos las botas. Metafóricamente hablando, claro. La rugosidad de la piedra, la lisura del mármol pulido, las imperfecciones de los tablones de madera, los granitos de tantos colores… Nunca antes habíamos pasado por tantas variedades de suelo en tan poco espacio de tiempo. Eso sí que era una borrachera de suelos. Claro, al día siguiente estuvimos de resaca. Al llegar la noche nos colocaron en una ventana y ahí estuvimos todo el día sin tocar otra cosa que el alféizar plagado de mierda de palomas. En fin, un día para olvidar. Menos mal que aparte de todas las cualidades antes referidas, también tenemos mala memoria y no somos rencorosos. De todos modos nos consolamos un poco cuando unas sandalias de cuero marrón nos contaron que ellas habían estado todo el día en Euro Disney. Justicia poética, parece ser que se llama eso, ya que las sandalias iban de ultra elegantes y hasta ese momento no habían querido relacionarse con nosotros. Que les den betún, por presuntuosas.
Dejando París atrás, hace un par de años fuimos León, (se ve que ya empezaba la crisis), y en lo tocante al suelo tuvimos una experiencia parecida a la del Louvre.
En la misma plaza donde se alza la catedral de León, existe un caserón señorial del siglo XIX ahora reconvertido en museo. Para combatir la inclemencia meteorológica que reina por esos lares, los tres pisos de que se compone la casa tienen el suelo de madera. Pero no de tarima flotante, ese invento de Ikea que no es otra cosa que un quiero y no puedo, sino de anchas y robustas tablas de roble. Posarnos sobre ellas y oír el sordo golpeteo de nuestros pasos nos produjo un sentimiento de envidia por no ser unas chinelas de tacón. Se nos pasó en el momento de entrar en las habitaciones, que o bien estaban enmoquetadas, o bien cubiertas por espesas alfombras, y desde luego habría sido un crimen ir dejando perforantes huellas, si nuestra condición de zapatos planos se hubiera metamorfoseado en las codiciadas chinelas. Ahora bien, al entrar en el cuarto de baño y descubrir que sobre las baldosas hidráulicas otra vez producíamos ese ruidito tan insustancial, volvimos a sentir nostalgia de los tacones. Total, que salimos muy felices de la casa, pero con una desazón en nuestro alma de zapatos que no habíamos sufrido antes. A ver si estábamos entrando en la adolescencia esa que padecen los humanos. Para tranquilidad de propios y extraños hemos de aclarar que gracias a la mencionada falta de memoria que tenemos, se nos quitó la desazón enseguida.
Y bien, llegamos al verano actual. Empezó mal, estuvimos a punto de terminar nuestros días en una bolsa para la beneficencia. Oímos que pensaban sustituirnos por otro par de zapatos, primos hermanos nuestros para más INRI. Debido a una mágica combinación entre la famosa crisis y las rebajas, nuestra dueña no encontró el número que le calzara su pie.
Hay que ser justos. Los pies que nos llevan nos prefieren a los demás zapatos y nosotros, en agradecimiento, procuramos no hacerles ni una sola rozadura. Además, nos hemos acostumbrado tanto a ellos que ya ni siquiera nos molestan sus sudores y sus hongos.
No sabemos muy bien por qué, pero lo cierto es que ahora nos cuidan mejor. Nos untan con crema incolora para no estropear el dibujo y nos lavan los cordones. Y en vez de meternos de cualquier modo en el mueble junto al resto del calzado, nos guardan en una caja envueltos en papel de seda. Al principio este cambio nos asustó un poco. ¿Nos van a jubilar? ¿Ya no conoceremos más suelos? ¿Ni volverán a emocionarnos con el contacto de sus distintas texturas? ¿Ya no iban a acumular nuestras suelas minúsculas partículas de polvo de los caminos que pisáramos? (¡Huy! Qué rociero ha quedado esto).
Después de mucho cavilar hemos llegado a esta conclusión zapateril: nos tratan tan bien porque pretenden que duremos mucho.
El que no se consuela es porque no quiere.

viernes, 19 de noviembre de 2010

Noche de perros

Por Antonio Maraver.
Aquella noche, el tiempo era ventoso y desabrido. Lucas y Eugenio miraban a través de la ventana, con el frío hasta los huesos. Dos seres de vuelta de todo. Lucas, el padre, de mediana edad y rostro adusto. Eugenio, su hijo, un adolescente pecoso y de piel grasienta, que comenzó hablando:
-Papá, esta vida es un asco. Una miseria. De salud no ando bien; soy más bien enfermizo, y lo sabes. Por el dinero veo que la gente está dispuesta a perder el trasero, y del amor, puf...En ese terreno se dicen tantas mentiras que prefiero pasar de largo-Y, dicho esto, volvió a mirar sin ver a través del cristal empañado.
-Eugenio, el problema estriba en ser inteligente-masculló el padre-. Si lo eres, como es tu caso, te das cuenta de tantísima imperfección como pulula por ahí. Tipos y tipas que no merecen el suelo que pisan, pero ahí los ves, tan anchos. Súmales los pobres ignorantes, que no saben qué ocurre a su alrededor, pero ello les beneficia.
-Bah. Mentira, dinero, sexo, poder, fama, etc-contestó Eugenio acariciándose la barbilla, donde asomaba un nuevo grano de acné-. El mundo evoluciona para que los seres humanos no lo hagamos. No estaría mal que llegara una bomba que destruyera tanta maldad.
-Ya, hijo. El problema es que morirían justos por pecadores. No existen artefactos que distingan entre buenos y malos-dicho esto, Lucas se incorporó y pasó el brazo por encima del hombro de su hijo.
-Tengo muchas ganas de llorar, papá-dijo Eugenio mirando desolado hacia su padre-. Siento que vivo porque estoy aquí, pero nada más. Encima, apenas hay gente que valore a los que pensamos y criticamos las cosas.
-Ya lo sé, Eugenio. Pero es el mundo, y va a peor además. La estupidez y la maldad, cuando se alían, son terribles. Vayamos a cenar un poco.

viernes, 12 de noviembre de 2010

COMODIDAD NACIONAL

Por Rosa Gatón.
Margarita estaba en la cocina viendo la tele, como solía hacer mientras fregaba los platos. Un debate encendido en televisión hizo que sus ojos se abrieran espantados y se fue a buscar a Manuel.
-Manuel, ¿has oído lo que han dicho en la tele?
Manuel, que estaba pegando una cabezadita en el sillón orejero, se despierta asustado y le dice: -Margarita, te he dicho mil veces que no hagas caso de lo que dice la tele; todo es mentira.
-Manuel, están hablando de nosotros. ¿Tú no me dijiste que eras toro de lidia y que por ese motivo teníamos esta casa con todas las comodidades y mucho pasto alrededor?
-Sí, eso fue lo que te dije, y es verdad. Aquí estamos estupendamente, tenemos para comer y nos dan todo lo que necesitamos, incluso viene a visitarnos el veterinario.
-Pues que sepas que todo esto es a cambio de una muerte indigna. ¿Te acuerdas cuando vimos en la tele lo que le hicieron a Paquito, que lo maltrataron con varas, banderillas y lo mataron con la espada? No fue casualidad: esto es lo que llaman Fiesta Nacional. Nos han engañado, haciéndonos creer que, por ser diferentes a los demás, íbamos a tener una serie de ventajas, y lo cierto es que solo pensaban en ganar dinero a costa de nuestro sufrimiento. ¿Qué te parece si abandonamos todo, antes de que sea demasiado tarde?
-Tienes razón Margarita. No hace falta que cojas nada, con lo que hay en la naturaleza tenemos suficiente.

sábado, 6 de noviembre de 2010

FÁBULA

Por Paco Torres.
"La rana y la cigüeña"
-Estoy muy mal valorada-se quejaba una rana que croaba en una gran charca.
-¿Por qué dice eso?-le preguntó una cigüeña que picoteaba cerca de allí.
-Nadie quiere parar ni un momento a escuchar mi canto.
-Yo estaré encantada de escucharlo-dijo la cigüeña.
-Durante el día es muy peligroso para mí salir de la charca, y dentro del agua es imposible cantar bien; demasiada presión.
-Le propongo una cosa, señora rana, nade hasta la orilla, salte a una de esas piedras y entone sus bellas melodías. Mientras, yo vigilaré.
La rana así lo hizo. Estaba sobre aquella piedra como en un magnífico escenario; pero nerviosa e inquieta. Sabía que era una temeridad estar a aquella hora fuera del agua. La cigüeña se fue acercando, con pasos cortos, mientras hablaba para tranquilizar a la artista: -Concéntrese en su melodía. Yo vigilo. A la mínima señal de peligro le aviso para que salte a la charca.
La rana, que aún miraba a la zancuda con cierto recelo, comenzó su rutinario croar. Tenía la cigüeña aspecto de embelesada y bajaba la cabeza muy despacio, girándola un poco; como para escuchar mejor. La rana se inflaba cuanto podía y se concentraba, confiada ya, en deleitar a su espectadora. La cabeza de la cigüeña estaba apenas a unos palmos de la rana, muy pocos y...¡zas!
De un certero picotazo atrapó a la rana. La puso en el suelo, la aprisionó con una de sus patas y comenzó a devorarla. Mientras a la rana le quedó aliento, suplicó: -¡Por favor, señora cigüeña, somos amigas! Y, si me come, ya no podré cantar más para usted.
-Tan solo por no escuchar tu horrible y monótono ruido te engulliría, estúpida orgullosa. Además, a mí solo me gusta que me canten cuando como. Así que, mientras me zampo tus patas, puedes seguir croando, si tanto te gusta. -La rana miró con sus saltones ojos muy abiertos y aterrorizados, a la pérfida ave-. ¡Creo que se te han quitado las ganas de cantar!-dijo la cigüeña y lanzó un picotazo.
Moraleja: Si tienes una voz horrible, y te gusta canturrear, hazlo cuando estés solo (por lo que pueda pasar).

miércoles, 3 de noviembre de 2010

REFLEXIONES

En medio de una resaca de padre y muy señor mío me hallo, por culpa de una desbocada anarquía creativa que se apoderó del Taller, como no puede ser de otra forma, después de ocho sesiones. Lástima no contar con una aspirina a mano. Y, aún, sigo sin conocer las letras de un maestro del canto, con nombre artístico de material de costura. Tal vez, en otra ocasión…
En fin, aquí va el primero.

Por Amor de Pablo.

En el taller de escritura, como ejercicio, debo escribir un texto en tono de reflexión, crítica o moraleja. Me decido por la reflexión. La crítica me sale mejor hablada que escrita; además necesito un contrincante y sobre el papel mi único adversario es la falta de imaginación. Menudo adversario por otra parte. En cuanto a la moraleja la descarto inmediatamente. No me creo capacitada en absoluto para escribir algo que, además de calidad literaria, contenga lección, enseñanza o consejo para el que tenga la desgracia de leerlo. Volviendo al tema de mis desvelos. Reflexión. En el diccionario, al que últimamente recurro con mucha frecuencia, aparecen siete u ochos acepciones de esta palabra. De entre todas hay dos que llaman mi atención. La primera dice: "Reflexión es la acción de reflejar o reflejarse". Desde mi infancia me fascinan los espejos. Recuerdo, siendo muy pequeña, haberme pasado horas enteras mirando fijamente el que había en la cómoda de mi abuela; una cornucopia de madera oscura que me atraía como un imán. Me quedaba allí acechando mi imagen en el cristal biselado, esperando algún tipo de magia que me trasportara al otro lado. También recuerdo que miraba mis ojos como si fueran los de una desconocida. Fijaba mis pupilas en el duplicado de estas con tal intensidad que me escocían los ojos, saltándome las lágrimas. Cuando ocurría esto, tenía forzosamente que parpadear y al volver a escrutar mi propia mirada, por el efecto del lagrimeo, obtenía la fugaz impresión de estar viendo una cría que no era yo. Mejor dicho, era yo pero distinta, mejor. Mi transformación en la niña que anhelaba ser. No he perdido esta costumbre. Cuando me siento mal conmigo misma, me planto delante del espejo y a veces consigo vislumbrar a la mujer que pretendo ser. En esos momentos creo que por fin he conseguido hallarme a mi misma aunque sea a través de mi reflejo. Y esto me lleva a la segunda acepción del diccionario. A saber: "Reflexión es el acto del entendimiento por el cual el espíritu se conoce a si mismo".