ADVERTENCIAS: *Queda terminantemente prohibida la reproducción total o parcial de los contenidos ofrecidos a través de este medio, salvo autorización expresa de sus respectivos autores, quienes poseen la titularidad de los mismos. **Los contenidos que ofrece esta página, son el resultado de los ejercicios realizados en el taller de narrativa, donde los autores desconocen, previamente, la naturaleza de los mismos. En definitiva, son fruto de la improvisación; narración desnuda. Como tal, son expuestos aquí, sin corrección ortográfica, gramatical o de estilo. ***Para cualquier comentario, sugerencia, duda, denuncia por uso inadecuado u otras incidencias, puede contactarse con el coordinador del taller y moderador de este blog, Juan Sedeño, a través de los medios de contacto que puedan facilitar los responsables de la Biblioteca Pública Municipal "Cristóbal Cuevas", o directamente, a través de este blog.

viernes, 29 de octubre de 2010

ETOPEYA

Por Pepe de la Torre.
Justo Alberto tiene una moral conformada a su conveniencia. Recuerda que allá en su juventud comenzó patrullando en clubes de los más honrados "tiratipias", aquellos inquebrantables socios de la educación en la revolución, pero que nunca llegaban ni a la mitad del camino. Años después, alardeaba de su pertenencia al bando restringido del "artisteo epigonal" y de la creación fronteriza. Adoptó la imagen de dandi y llegó a utilizar corsé. Pero ya con los años, tras una crisis de la vocación que nunca tuvo, y cansado de tanto paripé, se instaló en la desconfianza y el pesimismo. Adoptó una expresión conminatoria hacia el género humano y dejó en evidencia su alma de mármol.

martes, 26 de octubre de 2010

Prosopografía

Pongo el siguiente ejercicio como ejemplo. Permitiéndome la pequeña maldad (que no crítica) de comentar que su autor acude a un recurso muy socorrido (se las sabe todas...Y seguro que él comentaría lo mismo, a la inversa, si el ejercicio fuera ajeno), es obligado destacar que su especial significado radica (dejando aparte el detalle del color del cabello y su referencia a que es más bien largo) en que DESCRIBE LO ESPECÍFICO, LO QUE HACE DISTINTO A SU PERSONAJE, RESPECTO A LO COMÚN. No habla de un hombre con cabeza, dos brazos, dos piernas...nos cuenta lo que Don Antonio tenía de particular. Ahí va.
Por Paco Torres.
Don Antonio, el cura. Lo que más me llamaba la atención en él era el pelo. Tenía el cabello de color castaño, lacio; más bien largo, entreverado de canas. Las cejas muy pobladas de pelos largos, dóciles, y en perfecto orden descendente desde el entrecejo hacia la sien. Cuando leía, ayudado por sus gafas de montura dorada, y bajaba la mirada en dirección al texto, era frecuente que un mechón de sus largos y lacios cabellos le cayese sobre la cara. Él, con gran parsimonia, extendía la mano y colocaba los cabellos rebeldes en su sitio. Las manos de don Antonio eran grandes. Los dedos largos, finos y blanquísimos, estaban coronados en su primera falange, por moñitos de pelo. Los pelos más tupidos que yo haya visto sobre unos dedos. Sin embargo, su rostro, enjuto y de tez también muy blanca, lo recuerdo siempre impoluto sin la más mínima señal de barba.

sábado, 23 de octubre de 2010

RETRATO

En el retrato hubo más inspiración y, por ello, son más los ejercicios colgados. Si bien, me reservo una pequeña joya, para el momento oportuno. Su autor, no desmereciendo en nada a los presentes, hizo un ejercicio sobresaliente. Cuando él cuente con las horas de sueño suficientes, y recupere el sosiego con el que le reconocemos, será su hora. A los demás, os felicito, con igual entusiasmo…Y ya llegará, el momento de otros, y sus ejercicios de prosopografía y etopeya.

Por Isabel Garrido.

A pesar de su seriedad evidente, en su interior se guardaba un agudo y afilado sentido del humor. Su rictus, sin embargo, evadía aquel pensamiento de la mente de los demás, con su bigote de aspecto serio remarcando el efecto. Su mirada, clara y azul, reía cuando él, con su tono más serio y pausado, usaba su aguda ironía con el mundo. De cabello entrecano y castaño, alto y de grandes proporciones, su aspecto de hombre serio de negocios, quedaba remarcado. Hablar con él era compartir una experiencia en sabiduría, enriquecedora para los sentidos.

Por Amelia de los Ríos.

Porte erguido, andar sereno, a pesar de su pequeña talla y frágil aspecto, su sola presencia transmite fuerza y seguridad; con penetrantes ojos negros y mirada limpia; cuando habla llena el especio, nada más que existe este momento: se para el tiempo y sus palabras son música para tus oídos, que te transporta a otra dimensión.

Por Jorge Muñoz.

Mi abuelo se llamaba Sebastián Pogues, y era portugués. Hombre de pueblo, aunque nervioso en su mirada, su voz parecía tranquila, reposada. Su piel estaba muy arrugada…El sol de años y años había hecho de las suyas sobre aquella piel tostada y acartonada. Un pequeño bigote le cubría bajo la nariz y sus orejas eran grandes y blandas. Las manos eran ya huesudas, pero llenas de fuerza, con sabor a tierra y a trigo. Era firme en sus decisiones y, aunque seco como la tierra donde vivió, sabía dar a cada uno lo que le pertenecía. Su vida había sido incansable, dura…pero marcada por su destino, un destino que se reflejaba en su modo de ser, recio y seguro de si mismo y, a la vez, sensible, quizá a solas, cuando casi nadie le veía.

Por Yolanda Bautista.

Su cabello cobrizo formaba ondas que se deslizaban hasta debajo de su barbilla. Brillaba con la tenue luz de las estrellas en la noche cerrada y solía recogerse, caprichoso en tirabuzones pequeños, que pendían en total libertad. El rostro, ovalado y pequeño, era un lienzo de singular blancura, que de repente se volvía rosado cuando se turbaba su ánimo. Era de naturaleza inquieta y sabia pese a su corta edad. Comprendía tanto, que se vislumbraba en el centro de sus ojos que así era. Sí. Ella tenía la mirada de un espíritu sabio y las maneras de un adulto, pues en su modo de hablar había una gravedad y una certeza que dejaba confusos a los que equivocadamente se dirigían a ella como si su circunstancia la sentenciara. Generosa y compasiva, también risueña y soñadora -que algo tenía que quedar de su condición de chiquilla-, disfrutaba mucho de sus excursiones con sus compañeritos y compartía con ellos las manzanas de los árboles y las historias que les contaba, a veces de un libro, otras de un cuaderno que escribía.

viernes, 22 de octubre de 2010

CARICATURA

Cuentas pendientes. Por fortuna, no se trata de asuntos propios del peculio, sino de palabra dada que obliga, y por méritos personales, de quien lo siguiente escribió, con amabilidad tal, que más se asemeja a un retrato ácido-como así corrobora otro notable hombre bueno del tribunal colegiado-que a una caricatura en si.
En lo demás, trabajado está el otro ejercicio, que entra, sin ayuda divina, con la cabeza alta y el cuello maltrecho.
Por Pepe de la Torre.
Su locuacidad es precisa y contundente, sus decires llenos de argumentos y abogaderas, de lo que bien conoce y de lo que se inventa.
Ejecuta una digna interpretación teatral mientras imparte su magisterio. Tiene una exposición diáfana y sobrada, como pedagogo determinado por su composición genética. Se empeña en extraer las palabras adecuadas del laberinto de nuestros torpes pensamientos.
Ante nuestros desaciertos alterna una exposición contrariada y gesto agrio, a la vez que sarcástico. Pero siempre mantiene un empaque sereno, de ceño alzado, tan irónico como simpático.
Habla como si sentencie. Tiene aspecto sonrosado de leñador alpujarreño. Con cuellos escarolados sería un auténtico Enrique VIII.
Más que picapleitos aspira a ser Juez Supremo.
Por Esther Ortega.
Dimas el ladrón, era astuto como un zorro. Sus ojos de hiena, hacían contrapeso con su quijada de cabra montesa. Rumiante en su hacer y ave de rapiña en la sisa, avaro como pocos: era capaz de no beber ni agua, con tal de ahorrarse el tener que ir al baño.

lunes, 18 de octubre de 2010

Acabamos en tercera.

Por Amor de Pablo.
Se subió al tren cuando ya estaba en marcha. Comprobó el número de su plaza con el billete que llevaba en la mano y se sentó. Casi al mismo tiempo se colocó el MP3. Al volver su rostro hacia la ventanilla, vio el reflejo de unos ojos mirándola fijamente. Se revolvió incómoda en el asiento y desvió la vista. Al cabo de unos minutos miró de nuevo al cristal y allí estaban otra vez aquellos ojos. Cada vez más inquieta, buscó un libro en la mochila e intentó concentrarse en la lectura. Imposible. Cada vez que alzaba los ojos se tropezaba con aquella mirada. Guardó el libro y buscó una canción en el MP3, algo que la distrajera de esa situación absurda. Casi había conseguido olvidar que alguien la observaba cuando un destello de luz entró por la ventanilla y la obligó a mirar de nuevo. Los ojos seguían clavados en los suyos. Decidió cambiar de actitud y devolver la mirada, si cabía, con mayor insistencia que la recibida. Observó aquellos ojos no ya con miedo sino con curiosidad. De pronto una sonrisa burlona se dibujó en su cara; acababa de darse cuenta. Los ojos descarados que no cesaban de mirarla no eran otros que los propios.

viernes, 15 de octubre de 2010

Metemos tercera.

Por Paco Torres.
"El mensajero".
Allí, en el saliente del amplio ventanal que la cristalera había convertido en mirador, estaba: el pájaro; no sabía su especie.
-Tienes visita Alfredo-dijo Andrés, el socio del despacho-. Además, parece que te mira atentamente.
-No lo parece, me mira. Desde que apareció, hace unos días, no hace otra cosa que mirarme.
-Menos mal que solo es uno-bromeó el compañero.
-Ríete si quieres, pero estoy seguro; su mirada es maléfica y viene a fijarla en mí. Mientras estoy aquí, por mucho que golpee el cristal, no se va.
-Deberías descansar un poco más-comentó el otro con tono preocupado, antes de salir.
Cuando Andrés llegó al lugar del accidente ya se habían llevado el cadáver destrozado de Alfredo.
-Me han avisado demasiado tarde-reprochó al único policía que había allí.
-A usted solo se le ha avisado porque el coche estaba a nombre del despacho del que ambos figuran como dueños-dijo el de uniforme.
Irritado por la frialdad del policía, preguntó, ya que no se veía señal del accidente: -¿Dónde ha sido?
El policía le indicó señalando: -No se ve. Se ha despeñado por allí. ¡Allí! Donde se acaba de posar el pájaro.

martes, 12 de octubre de 2010

Más en primera.

Destacamos el trabajo de Miguel Ángel, al haber ganado en calidad en cuanto redujo en cantidad, y el de Rosa, al haber encontrado una solución original, respecto a sus compañeros, en tanto explica la cuestión de no pasar páginas del libro, mediante la evocación de un tiempo pasado.
Ya llegarán, en su momento, lo ejercicios en tercera persona.

Por Miguel Ángel Jiménez.
"La lectora".
Siempre me gustó viajar en tren. Es el medio de transporte más civilizado, dicen. Tomo el cercanías a diario para acudir a trabajar. Siempre observo a la gente a mi alrededor. Los rostros son anónimos, rutinarios, soñolientos, cansados, una amalgama de emociones similares que no añaden nada de emoción al viaje. Me gusta pensar, para aislarme, en los grandes clásicos del cine que transcurren en ferrocarril, en esos personajes sofisticados que viajan en compartimentos independientes, en esos grandes romances que surgen en un almuerzo de camino a Viena, mientras las ventanillas nos muestran los hermosos paisajes de Centroeuropa.
Normalmente los pasajeros que comparten mi ruta no leen nada más profundo que los periódicos gratuitos que reparten en la estación, por lo que hoy quedé sorprendido al poder observar a alguien diferente. Se trataba de una hermosa muchacha que no apartaba la vista de un hermoso y grueso volumen de tapas doradas, que sostenía con las dos manos, como si no pesara nada. Me di cuenta de que podía dirigir mi mirada a ella con indiscreción, pues nada parecía que pudiera apartarle del mundo de ficción en el que se había zambullido. La miré con placer durante un buen rato. Fantaseé con la posibilidad, remota debido a mi proverbial timidez, de entablar una conversación. Me resultaba extraño el hecho de que la muchacha no pasara la página que llevaba tanto tiempo ante sus ojos. Bien pensado, ni siquiera se había movido desde que posé mi mirada sobre ella.
En un raro impulso de decisión me levanté y fui hasta su asiento, al menos para preguntarle si se encontraba bien. Al acercarme, me sobresaltó la palidez de su rostro y su mirada perdida. Estaba muerta. Un hombre maduro y elegante que se sentaba a su lado me dirigió la más seductora de sus sonrisas, tomó el libro de las frías manos de la muchacha y me lo ofreció. "Le he visto a usted muy interesado", me espetó. Durante unos segundos dudé si aceptar la invitación. Finalmente di la espalda a aquel hombre y volví a mi asiento. Mi rostro volvió a transformarse en un rostro anónimo, rutinario, soñoliento, cansado.
Por Rosa Gatón.
He venido al parque como de costumbre a leer un rato; algo distrajo mi atención: en mi mente aparecen recuerdos de mi niñez, aquella que con tanta prisa quería dejar atrás para disfrutar de todo lo prohibido. Siempre me decían: eso lo harás cuando seas mayor, pero los minutos no daban paso a las horas, transcurría todo lentamente...Pasaron los años y ahora llega el momento de saborear todo lo que he tardado tanto en aprender, pero ya nada es igual. La vida pasa a velocidad de vértigo y cuando te vienes a dar cuenta que los achaques no te dejan disfrutar de aquello que querrías, los gritos de unos niños jugando me hacen salir de mis pensamientos; miro con asombro que abrí el libro pero no he conseguido pasar una página. Al final el tiempo se me echó encima.

viernes, 8 de octubre de 2010

PRIMERA PERSONA

Continuamos en la línea de ejercicios cortados por el mismo patrón pero con distinta confección. Hoy adelantamos algunos, próximamente, más, que también lo merecen.

Por Pepe de la Torre.
"Estatua viviente".
Ya faltan solo diez minutos para el fin de mi jornada laboral. Sin mirar el reloj adivino la hora con escaso margen de error, según las sensaciones que mi cuerpo experimenta.
Soy una estatua viviente, una obra de arte hiperrealista. El escultor Armando Segura me ha imaginado y me ha engendrado durante un proceso que ha durado varios meses, derramando su poesía sobre mi cuerpo. Ambos aportamos tanto nuestra técnica como nuestra creatividad. Aparte del entrenamiento físico y expresivo, sin mi reinterpretación constante de la obra de mi autor, no conseguiría transmitir ninguna emoción.
Hoy es la inauguración de la feria del libro. Me esperan diez días en el pedestal de la entrada. Como discípula de Heráclito, durante este tiempo todo tiene que fluir en mi interior, en contraste con mi quietud aparente.
El arte soy yo, arte y vida en una unión tan singular como efímera.
Por Amor de Pablo.
Ya son las diez. Bajo a comprar el periódico al quiosco de la esquina. Aún está cerrado. Me doy una vuelta por el parque mientras espero que abran. Hace mucho calor y me siento en un banco a la sombra. Enfrente de mí, en otro banco, hay una chica con aspecto ausente. Su físico me resulta familiar. Será porque es morena como yo y lleva el pelo largo. También sus piernas son largas, como las mías. Tiene un libro abierto sobre su regazo.
No quiero mirarla fijamente, me daría vergüenza si me pillara observándola de forma tan descarada. Pero no puedo evitar fijarme en ella. Sobre todo porque lleva un buen rato sin pasar las páginas aunque tenga la vista puesta en el libro. Quisiera preguntarle por qué mantiene el libro abierto si en realidad no lo está leyendo. ¿En qué estará pensando que incluso se olvidó de leer? Bruscamente cierra el libro. Me mira y se acerca. Se ha sentado a mi lado. Me observa un momento y dice: ¿Por qué tienes abierto ese libro si no lo estás leyendo?