ADVERTENCIAS: *Queda terminantemente prohibida la reproducción total o parcial de los contenidos ofrecidos a través de este medio, salvo autorización expresa de sus respectivos autores, quienes poseen la titularidad de los mismos. **Los contenidos que ofrece esta página, son el resultado de los ejercicios realizados en el taller de narrativa, donde los autores desconocen, previamente, la naturaleza de los mismos. En definitiva, son fruto de la improvisación; narración desnuda. Como tal, son expuestos aquí, sin corrección ortográfica, gramatical o de estilo. ***Para cualquier comentario, sugerencia, duda, denuncia por uso inadecuado u otras incidencias, puede contactarse con el coordinador del taller y moderador de este blog, Juan Sedeño, a través de los medios de contacto que puedan facilitar los responsables de la Biblioteca Pública Municipal "Cristóbal Cuevas", o directamente, a través de este blog.

viernes, 31 de diciembre de 2010

Por 50 ctm.

Por Paco Torres.
A pesar de la barba blanca y larga, el sombrero de paja color crema y los años que hacía que no nos veíamos, lo reconocí de inmediato: Andrés.
Ambos trabajábamos en la misma empresa, y pertenecíamos a su comité, cuando lo del reajuste. Firmamos la lista que presentó “El inglés”, así llamábamos al gerente. Todos menos Andrés, el dijo que aquello no era una lista sino una venganza. No importó, aquellos operarios, señalados por “El inglés” y corroborados por nosotros, fueron despedidos. Después le tocó al personal de oficina. De inmediato pensamos en Carmen. Ella era la mujer de Andrés (la segunda mujer, se habían conocido en la empresa).
El inglés mando llamar a Andrés, estuvieron más de una hora a solas. Después de aquella reunión nuestro compañero salió de la empresa. Ni él, ni su compañera, que también abandonó la empresa-por otro trabajo-a los pocos meses consintieron en dar explicación alguna.
Ahora volvía a tenerlo allí, frente a mí, con su tenderete. Una mesa y una silla de playa. Él acomodado en la silla y detrás un cartelón que decía:
“SE RECITAN POEMAS- 50 céntimos.
Más de 100 títulos, ELIJA EL SUYO”.
Yo iba paseando con unos amigos, me hice el rezagado.
-¡Hola Andrés! ¿Cómo estas? Le pregunté. Y Carmen.
-Carmen me dejó hace tiempo. En cuanto a mí… ya ves.
-¿Qué paso, Andrés?
-¡Joder macho! Eres duro.
-Por favor.
-¡Qué iba a pasar, hombre! El inglés me lo puso claro, el hijoputa, o Carmen o yo. Ambos sabíamos que con vosotros no podía contar así que…
EL inglés, cabrón pero listo, me ofreció” el improcedente” y respetar el puesto de Carmen, a cambio de largarme rápido y en silencio. Acepté.
Ella no pudo soportar continuar en la empresa sabiendo porque seguía. Después me toco a mí…, adiós al capullo idealista…Y aquí me tienes.
-Ya te veo. Todo para vender recitativos a 50 céntimos.
Bueno…por lo menos sigo teniendo algo que ofrecer; y tú, que me cuentas.

jueves, 23 de diciembre de 2010

Noviembre

Por Pepe de la Torre.

El miércoles comienza a escribir su diario y me dispongo para mi ruta. Al abrir la puerta para salir, dejo pasar amablemente a los que entran.
-Buenos días.
-Buenos días, gracias.
La calle me arroja al rostro su densidad otoñal amenazante, un ambiente hecho masa viscosa, casi sólida, donde se pueden colgar recordatorios con chinchetas. El paisaje de color ocre pastel presenta ángulos ajados y relieves difuminados, objetos sin sombra y tejados lacrimógenos. Da la impresión de que el mundo se recoge sobre sí mismo.
Los árboles hierven en sinfonía y vomitan sin orden sus hojas en caída helicoidal. El suelo es una masa de podredumbre. También el sonido del alquitrán es más grave que otros días. Los distintos coches dan la misma nota.
Serpenteo inseguros pasos peatonales de las obras del metro y carriles-bici inacabados
-Por favor...
Una ciclista sin timbre me sorprende. El sobresalto me hace retroceder y caigo sobre otra bici compañera. Andar por las aceras es un riesgo cotidiano, además de tener que esquivar milagrosamente los restos escatológicos.
Paso por un barrio, cuyas casas son tinglados de retazos de hojalata.
-¡Tanta ruína!
Me sorprendo hablando solo por la calle, igual que tantos con los que me cruzo. Que no se me olvide reclamar el arreglo de la instalación del gas, todavía en garantía.
Llego a las escalinatas sin rampa junto al colegio. Madres con carritos:
-¿Le ayudo a bajarlo?
-Gracias, muy amable
De pronto, mirando mis propias pisadas, caigo en la cuenta de que no me he limpiado esta mañana los zapatos.
Voy buscando un buzón de correos, pero todo aquel al que quiero preguntar está hablando por el móvil. Solo me cruzo con caras grises, inexpresivas.
Tiempo en crisis e incómodo, como todo lo cambiante.

domingo, 19 de diciembre de 2010

Vergüenza

Por Miguel Ángel Jiménez.
Escucho de nuevo sus gritos. Esta vez a la humillación se une la vergüenza de que me dirija sus improperios en la calle, bajo la mirada, que oscila entre la curiosidad y la diversión, del resto de la gente. De nuevo la tentación de salir corriendo, de abandonar el infierno en que se ha convertido mi vida desde un tiempo tan remoto que ya que no recuerdo cuando fue el instante del primer improperio, de la primera salida de tono. Me reprocho mi debilidad, el no haberle sabido parar los pies en aquel momento. Aguanté los chillidos, pero ¿por qué soporté aquel golpe? Es como si me faltara sangre en las venas, como si la vida no me diera más opción que agachar la cabeza y desear secretamente que esta vez sea la última, tratar de comprender su punto de vista y las faltas propias que motivan una respuesta tan radical por su parte.

Como de costumbre, al pensar en huir, en salir corriendo hacia una vida nueva, me detiene la mirada de mi hija, que me observa con unos ojos entre asustados y afligidos. ¿Me odia por mostrarme tan débil? No puedo evitar evadirme de la realidad, mirar hacia los árboles, hacia los tejados de esta plaza tan hermosa donde todavía llovizna, pero a la que el Sol que se asoma entre las nubes dota de una luz extraordinariamente brillante que contrasta con la negrura que anida en mi corazón. Envidio a aquellos que se han parado sin demasiado disimulo para observar a distancia mi drama. Mi mujer sigue gritándome, no sé exactamente de qué me habla. La miro desafiante, pero ella levanta la mano y me pega una sonora bofetada. Escucho las carcajadas de la gente alrededor.

martes, 14 de diciembre de 2010

9 de diciembre

Por Yolanda Bautista.
Juan salió a la calle. No reconoció a la persona que entraba en ese momento en el portal y que le saludó.
-¡Hola!
-¡Ah!, hola Ana. Perdona, es viernes y...
-Ya, ya. Pensando en llegar a casa, ¿eh?
Después de unos minutos de conversación se despidieron quedando para una futura llamada y un posible café, que ambos sabían que olvidarían de plantear. Se subió a su coche y marcó el número de su madre. Después inició la marcha.
Maribel se afanaba en la cocina. Estaba a cargo de cuatro fogones pero también tenía tiempo de conversar con María.
-Hay que ver lo bonita que está la nena y lo lista que es. Me acaba de cantar el abecedario.
-Está muy contenta en el cole pero no se cansa de jugar. Allí la he dejado con los demás niños. Menos mal que no es muy traviesa.
En el comedor, Fernando estaba colocando servicios. Se dio cuenta que ya no le temblaban las manos y cuando comprobó que todo estaba a punto, entró en la cocina.
-¿Cómo va eso? Esta noche vamos a ser doscientos, y con nosotros cinco.
-Hay para todos. Caldo de gallina, pollo y redondo relleno con guarnición y natillas de postre. Voy a ver a Laura al cuarto de juegos, quédate con María- Maribel salió.
-¿Has hablado ya con ella?- dijo María sonriéndole-. Es que no sé, te veo contento.
-No, todavía no- se ruborizó-. Hoy solo he ido una vez al dispensario.
María le abrazó y Juan, que entraba en ese momento con el gorro de cocinero puesto, dijo: -¡Hacedme sitio que me uno! Fue un momento especial.
Permanecieron en la cocina una hora más y ya al borde de las nueve empezó a llenarse el comedor.
Juan es arquitecto, Maribel recibió ayuda cuando lo necesitaba, María está jubilada y Fernando es un enfermo en rehabilitación. Son voluntarios en un comedor gratuito y cada Navidad, desde hace cuatro, sirven la cena de Nochebuena.

viernes, 10 de diciembre de 2010

Miedo a lo desconocido

Por Rosa Gatón.
Hace tiempo que tengo pesadillas, no puedo conciliar el sueño y me han dicho que tenga cuidado: hay un hombre malo que coge a las niñas.
Todos lo describen como un hombre alto, desgarbado, de cabello largo muy enredado, manos grandes agrietadas y las uñas negras, ojos hundidos y la mirada perdida.
Tenía miedo de encontrarlo en cualquier esquina: oía sus pasos cerca de mí y procuraba caminar a paso ligero para que no me diera alcance. Todas las niñas del colegio también estaban asustadas. Es difícil explicar cómo se puede sentir miedo de alguien que no había visto nunca, pero lo sentía.
Siempre iba acompañada, pero si alguna vez bajaba sola a comprar golosinas al quiosco, miraba bien a cada lado de la calle para asegurarme que no estaba ese hombre. Pasó el tiempo y supe sin tener que preguntar a nadie, que nos habían engañado; este hombre no hizo daño a nadie.
Nunca entendí por qué desde pequeños nos inculcan miedo hacia unas personas dándonos su descripción, estado mental, incluso el nombre sin haberle preguntado nunca cómo se llama, pero eso da igual, siempre será “el hombre del saco”.
Generalmente son mendigos, marginados de la sociedad y con las facultades mentales perdidas, cuyo único pensamiento es conseguir algún mendrugo de pan que llevarse a la boca; están demasiado ocupados en sobrevivir como para hacer daño a nadie.
Sin embargo hay otros “hombres de saco” y “brujas” con los que convivimos y nadie nos enseña a conectar la alarma; maltratadores, manipuladores, estafadores… que cuando tenemos noticias de ellos es porque nos han causado un dolor profundo y un daño irreparable.
Ahora que he conocido la maldad, quiero rendir homenaje a los inocentes “hombres del saco”.

miércoles, 8 de diciembre de 2010

Pasión

Por Amor de Pablo.
Es Jueves Santo. Las campanas no dejan de tañer. A pesar de tener las ventanas cerradas a cal y canto se oye su repique. Está chispeando, como se dice en Andalucía cuando comienza a llover. Las gotas golpean los cristales acompasando su ritmo a las campanas y a los tambores que acompañan los tronos.
Atado a la columna aparece la figura del Nazareno; el imaginero consiguió una perfección en la desnudez del torso y el verismo de las heridas que casi resulta obscena. Detrás viene la imagen de la Virgen. En su cara la mueca de dolor es tan dramática, que la impresión es que va a desfallecer de pena.
El olor a mandarina mezclado con el humo de las velas y el incienso invade la calle entera. Los hermanos mayores alzan sus ojos al cielo con preocupación: si continúa lloviendo no les quedará más remedio que encerrarse. Los fieles rezan ahora para que las nubes se vayan; han dejado las plegarias personales para volcarse en una petición comunitaria: que la procesión no se estropee. Llevan todo un año esperando para lucir sus mejores galas, para que todos puedan comprobar cuán fervorosa es su pasión y sería una lástima que todo se perdiera por un triste aguacero.
Ahora parece que el cielo se despeja, sube el rumor de la gente dando gracias por poder continuar esta fiesta de sangre y sufrimiento. En un balcón una mujer enlutada trata de emular la cara de la Virgen en un gesto horrible, mientras de su garganta sale el quejío de una saeta.
Pero todo esto yo sólo me lo imagino, porque no formo parte de ese público entregado al Jesús del madero, como cantaba Serrat. Yo estoy a tu lado compartiendo la rendición de nuestros cuerpos después del éxtasis. Viviendo una tarde de pasión.

lunes, 6 de diciembre de 2010

El simulacro

Por Amelia de los Ríos.

Suena en la megafonía: ¡Orden de desalojo, por favor, todos por la escalera de emergencias! Se coloca el chaleco amarillo fluorescente y ya está preparada. Esta vez le toca revisar la última planta. Las instrucciones son claras, hay que hablar con voz fuerte y firme; el que recibe la orden no debe dudar en cumplirla. Tiene claro todos los pasos: ir despacho por despacho, baños incluidos y comprobar que no queda nadie. ¡Objetivo cumplido, la planta está vacia! Pone el extintor como señal de la conclusión, cierra la puerta ignífuga y se dirige a la escalera, donde encuentra a una chica parada, que le está esperando y con resignación le dice:
-Tuve un accidente y no puedo mover la pierna, así que ¿cómo bajo?
-El ascensor no funciona, es lo primero que bloquean. Aviso a seguridad para que lo sepan y me quedo contigo hasta que lleguen -contesta.
No puede contactar con el control, nadie responde al teléfono, parece que la centralita está desierta pero sigue intentándolo. Solo quedan las dos, el resto del personal ya ha bajado.
Duda qué hacer, se para a pensar. Así no es como la situación estaba prevista. Un ruido llama su atención, va creciendo el volumen hasta que se distingue la sirena de los bomberos. ¿Qué hacen aquí si solo es un simulacro? Sigue sin contestar nadie.
Se miran y callan al darse cuenta que se ha hecho el silencio, el silencio más absoluto, solo se oye la respiración entrecortada de las dos y sus pulsaciones aceleradas; entonces comprenden: ya es demasiado tarde, están solas y nadie las va rescatar; se cogen de las manos y se abrazan, sintiendo cada una el cuerpo de la otra para compartir ese momento, hasta que la oscuridad las envuelve.

jueves, 2 de diciembre de 2010

300

Por Isabel Garrido.

Miles de seres se agolpaban en la oscuridad del edificio. El leve temblor de sus colores hacía sospechar su nerviosismo. La penumbra, iluminada en zonas por la Luna, revelaba que las ruinas que cobijaban a estas criaturas eran tétricas, extrañas y magníficas. No se oía ni un sonido, todos estaban expectantes y nerviosos.
Uno de ellos, alas blancas y azabache, atravesó penumbras y sombras, revoloteando en lo que podría definirse como una danza cuyo significado era mejor no conocer. Se posó en los labios de la muchacha que observaba aquello con aire ausente, fijas sus pupilas blanca y negra.
—Más gente conoce nuestro secreto. —Un parpadeo de colores en forma de aleteo fue la respuesta—. Möderic está en peligro.
Se acercó a la gran ventana a sus espaldas, cegada con maderas, y observó a través de un hueco el bosque exterior y el cielo despejado. Se volvió a ellos.
—Möderic está en peligro -Repitió en un susurro apenas audible. Su piel blanca y su vestido de todos los colores imaginables destacaban bajo la luz nocturna. Le daban un aspecto etéreo y perturbador.
—Volad, pequeñas. —Al decir esto, remontó de sus labios el vuelo el ser blanco y negro, y ejecutó su extraña danza una vez más—. Volad y recorred el mundo. Posaos con inocencia en las flores. Que nadie sospeche de vosotras.
Una nube de colores invadió el Santuario. Se mezclaron unas con otras, chocaron a veces, y bailaron. Un sonido extraño e inexplicable las acompañaba. Luego, salieron a la oscuridad de la noche y se perdieron por el horizonte.
—Mientras sigan pareciendo inocentes mariposas, nadie podrá entrar en Möderic, en su tumba. —La criatura blanca y negra bailó ante sus ojos y volvió a sus labios. Ella cerró los ojos.
La noche fue más oscura a partir de entonces.

jueves, 25 de noviembre de 2010

FELICITACIÓN

Aprovecho para abrir un pequeño paréntesis al texto de Amor, para felicitar expresamente a la compañera Rosa, por su condición de finalista del III Concurso de Microrrelatos sobre Abogados (Noviembre 2010). Igualmente felicito a todos/as los/las demás que han participado, acaben siendo o no, finalistas. Vuestros trabajos también cuentan, a mi juicio, con la calidad suficiente para obtener todo merecimiento. Quién sabe si todavía veremos alguno más al que haya que felicitar, que aún les queda relatos por colgar. Es muy difícil, pero dejaremos el hilo entreabierto por si las moscas...
Rosa Gaton Milan
Sueño cumplido
Llegué a la oficina y fui poniendo al día todos los informes que mi padre me había dejado como herencia; por fin había cumplido su sueño: tener un hijo que seguía sus pasos. Al caer la noche decidí salir a celebrar Halloween.De pronto la puerta se abrió; una mujer ensangrentada vestida de negro con una calabaza entre sus manos, los ojos llorosos, y voz temblorosa me dijo: Por favor ayúdeme, he matado a mi marido. Me quedé en la puerta con la mirada clavada en aquella mujer mientras ella gritaba: ¡Ha sido en defensa propia! Escúcheme... soy inocente. La vida es un puente que cruzas sin saber qué hay al otro lado, un día sale con sol y otro nublado. Ni siquiera pregunté si tenía o no recursos, solo sabía que esa mujer me necesitaba y quería cumplir mi sueño: hacer Justicia

CUENTAS PENDIENTES

Se dice, cuenta o rumorea que algunos buenos ejercicios del Taller quedaron en el tintero. No se trata de erigirme en juez de la cuestión, sino en mensajero -cotilla -cumplidor. Empiezo por el de los zapatos y me gustaría continuar por el del Soldado de Paco (si me lo manda por mail, porque servidor ya no lo conserva).
Como mi oído no es tan fino como quisiera, os ruego me advirtáis cuántos más se quedaron, injustamente (o no), fuera de juego, e intentaré saldar cuentas. Ya me diréis.

Por Amor de Pablo.


Ante todo presentarnos. Somos un par de zapatos de color ocre con cordones. En el lateral llevamos impreso el dibujo de una selva. Podría decirse que nuestro estilo es moderno a la par que práctico. Dos cualidades que no suelen ir juntas ni a comprar tabaco. La persona que nos adquirió lo hizo por comodidad; la suya se entiende. Lo que no sabía es que además de cómodos resultamos ser bastante inquietos.
Nos gusta más la vida de verano que la de invierno. Debe ser porque vamos a sitios que no conocemos y pisamos suelos distintos.
En invierno, cuando nos toca salir, casi siempre hacemos el mismo recorrido. De lunes a viernes primero pisamos el suelo de la casa, de terrazo normal y corriente. En la casa el único suelo que tiene algo de interesante es el del baño. Es de gres blanco con motitas grises y si te quedas mirándolo fijamente, a veces, se pueden ver caras de animales o de personas. Después toca pisar el rellano de la escalera, el ascensor, el suelo del garaje y por último subimos al coche. Los pedales ya casi son una prolongación nuestra. Pero precisamente porque los pisamos tan a menudo no encontramos nunca una novedad digna de recordar. Si vamos a la piscina aún cabe la posibilidad de llevarnos alguna sorpresa. Si el suelo está mojado patinamos y aunque esta acción no está exenta de cierto peligro, a cambio ofrece una pequeña dosis de aventura. Por lo demás es un suelo de linóleo bastante insulso y aburrido. El suelo del trabajo es como el propio trabajo, monótono y corporativo. Todo igualito, igualito para que no nos sintamos diferentes unos de otros.
En cambio, en verano la cosa cambia. Los lugares suelen ser desconocidos. No hay una sensación igual a la de pisar un suelo por primera vez. Además de la novedad es la variedad. Pisamos suelos de mármol, de madera, de arena, de tierra, de adoquines, de gravilla, de asfalto. Las posibilidades parecen no agotarse jamás.
Cuando fuimos al Algarve el camino que llevaba hasta la playa era de chinillos blancos y redondos, brillaban con el sol y estaban muy calientes. Era bastante difícil mantener el equilibrio encima de aquellas piedrecitas. El camino acabó desembocando directamente en la arena. Una arena de color tostado que parecía pan rallado, tan blanda y espesa que nos hundíamos y se nos colaba por dentro como si fuera una invasión de hormigas.
Esa fue la primera vez que viajamos. Y a partir de ahí ya fue no parar.
Al año siguiente fuimos a París. Nuestro primer vuelo. ¡Qué emoción! Pues no. Nada de emocionante tenían los pasillos del aeropuerto, ni el finger para entrar en el avión y no digamos ya la moqueta del dichoso avión. Valientes suelos más sosos. Eso sí, en el momento que pisamos el suelo de París propiamente dicho, ahí sí que nos cogió un nerviosismo peatonal y más parecía que volábamos en vez de andar.
El primer contacto fue nada más y nada menos que con el césped de los Campos Elíseos para acabar llegando al asfalto justo debajo de la Torre Eiffel. Luego sentimos crujir debajo de nosotros el parquet de las escaleras del apartamento. Por la mañana, nada más salir pisamos las escaleras y pasillos del metro. Nos produjeron una sensación desagradable con tantos chicles pegados y tantas meadas, tanto humanas como caninas, sospechamos que más de las primeras que de las segundas. Pero esta sensación fue recompensada por la vibración que producían los vagones; nos subía por las suelas y hacía que tembláramos como hojas. Al descender del metro, por supuesto, pisamos los adoquines y a nosotros también nos parecía que debajo de ellos estaba la playa. Que además de ser unos zapatos cómodos e inquietos, también somos culturetas.
Ese día visitamos El Louvre. Aquí nos pusimos las botas. Metafóricamente hablando, claro. La rugosidad de la piedra, la lisura del mármol pulido, las imperfecciones de los tablones de madera, los granitos de tantos colores… Nunca antes habíamos pasado por tantas variedades de suelo en tan poco espacio de tiempo. Eso sí que era una borrachera de suelos. Claro, al día siguiente estuvimos de resaca. Al llegar la noche nos colocaron en una ventana y ahí estuvimos todo el día sin tocar otra cosa que el alféizar plagado de mierda de palomas. En fin, un día para olvidar. Menos mal que aparte de todas las cualidades antes referidas, también tenemos mala memoria y no somos rencorosos. De todos modos nos consolamos un poco cuando unas sandalias de cuero marrón nos contaron que ellas habían estado todo el día en Euro Disney. Justicia poética, parece ser que se llama eso, ya que las sandalias iban de ultra elegantes y hasta ese momento no habían querido relacionarse con nosotros. Que les den betún, por presuntuosas.
Dejando París atrás, hace un par de años fuimos León, (se ve que ya empezaba la crisis), y en lo tocante al suelo tuvimos una experiencia parecida a la del Louvre.
En la misma plaza donde se alza la catedral de León, existe un caserón señorial del siglo XIX ahora reconvertido en museo. Para combatir la inclemencia meteorológica que reina por esos lares, los tres pisos de que se compone la casa tienen el suelo de madera. Pero no de tarima flotante, ese invento de Ikea que no es otra cosa que un quiero y no puedo, sino de anchas y robustas tablas de roble. Posarnos sobre ellas y oír el sordo golpeteo de nuestros pasos nos produjo un sentimiento de envidia por no ser unas chinelas de tacón. Se nos pasó en el momento de entrar en las habitaciones, que o bien estaban enmoquetadas, o bien cubiertas por espesas alfombras, y desde luego habría sido un crimen ir dejando perforantes huellas, si nuestra condición de zapatos planos se hubiera metamorfoseado en las codiciadas chinelas. Ahora bien, al entrar en el cuarto de baño y descubrir que sobre las baldosas hidráulicas otra vez producíamos ese ruidito tan insustancial, volvimos a sentir nostalgia de los tacones. Total, que salimos muy felices de la casa, pero con una desazón en nuestro alma de zapatos que no habíamos sufrido antes. A ver si estábamos entrando en la adolescencia esa que padecen los humanos. Para tranquilidad de propios y extraños hemos de aclarar que gracias a la mencionada falta de memoria que tenemos, se nos quitó la desazón enseguida.
Y bien, llegamos al verano actual. Empezó mal, estuvimos a punto de terminar nuestros días en una bolsa para la beneficencia. Oímos que pensaban sustituirnos por otro par de zapatos, primos hermanos nuestros para más INRI. Debido a una mágica combinación entre la famosa crisis y las rebajas, nuestra dueña no encontró el número que le calzara su pie.
Hay que ser justos. Los pies que nos llevan nos prefieren a los demás zapatos y nosotros, en agradecimiento, procuramos no hacerles ni una sola rozadura. Además, nos hemos acostumbrado tanto a ellos que ya ni siquiera nos molestan sus sudores y sus hongos.
No sabemos muy bien por qué, pero lo cierto es que ahora nos cuidan mejor. Nos untan con crema incolora para no estropear el dibujo y nos lavan los cordones. Y en vez de meternos de cualquier modo en el mueble junto al resto del calzado, nos guardan en una caja envueltos en papel de seda. Al principio este cambio nos asustó un poco. ¿Nos van a jubilar? ¿Ya no conoceremos más suelos? ¿Ni volverán a emocionarnos con el contacto de sus distintas texturas? ¿Ya no iban a acumular nuestras suelas minúsculas partículas de polvo de los caminos que pisáramos? (¡Huy! Qué rociero ha quedado esto).
Después de mucho cavilar hemos llegado a esta conclusión zapateril: nos tratan tan bien porque pretenden que duremos mucho.
El que no se consuela es porque no quiere.

viernes, 19 de noviembre de 2010

Noche de perros

Por Antonio Maraver.
Aquella noche, el tiempo era ventoso y desabrido. Lucas y Eugenio miraban a través de la ventana, con el frío hasta los huesos. Dos seres de vuelta de todo. Lucas, el padre, de mediana edad y rostro adusto. Eugenio, su hijo, un adolescente pecoso y de piel grasienta, que comenzó hablando:
-Papá, esta vida es un asco. Una miseria. De salud no ando bien; soy más bien enfermizo, y lo sabes. Por el dinero veo que la gente está dispuesta a perder el trasero, y del amor, puf...En ese terreno se dicen tantas mentiras que prefiero pasar de largo-Y, dicho esto, volvió a mirar sin ver a través del cristal empañado.
-Eugenio, el problema estriba en ser inteligente-masculló el padre-. Si lo eres, como es tu caso, te das cuenta de tantísima imperfección como pulula por ahí. Tipos y tipas que no merecen el suelo que pisan, pero ahí los ves, tan anchos. Súmales los pobres ignorantes, que no saben qué ocurre a su alrededor, pero ello les beneficia.
-Bah. Mentira, dinero, sexo, poder, fama, etc-contestó Eugenio acariciándose la barbilla, donde asomaba un nuevo grano de acné-. El mundo evoluciona para que los seres humanos no lo hagamos. No estaría mal que llegara una bomba que destruyera tanta maldad.
-Ya, hijo. El problema es que morirían justos por pecadores. No existen artefactos que distingan entre buenos y malos-dicho esto, Lucas se incorporó y pasó el brazo por encima del hombro de su hijo.
-Tengo muchas ganas de llorar, papá-dijo Eugenio mirando desolado hacia su padre-. Siento que vivo porque estoy aquí, pero nada más. Encima, apenas hay gente que valore a los que pensamos y criticamos las cosas.
-Ya lo sé, Eugenio. Pero es el mundo, y va a peor además. La estupidez y la maldad, cuando se alían, son terribles. Vayamos a cenar un poco.

viernes, 12 de noviembre de 2010

COMODIDAD NACIONAL

Por Rosa Gatón.
Margarita estaba en la cocina viendo la tele, como solía hacer mientras fregaba los platos. Un debate encendido en televisión hizo que sus ojos se abrieran espantados y se fue a buscar a Manuel.
-Manuel, ¿has oído lo que han dicho en la tele?
Manuel, que estaba pegando una cabezadita en el sillón orejero, se despierta asustado y le dice: -Margarita, te he dicho mil veces que no hagas caso de lo que dice la tele; todo es mentira.
-Manuel, están hablando de nosotros. ¿Tú no me dijiste que eras toro de lidia y que por ese motivo teníamos esta casa con todas las comodidades y mucho pasto alrededor?
-Sí, eso fue lo que te dije, y es verdad. Aquí estamos estupendamente, tenemos para comer y nos dan todo lo que necesitamos, incluso viene a visitarnos el veterinario.
-Pues que sepas que todo esto es a cambio de una muerte indigna. ¿Te acuerdas cuando vimos en la tele lo que le hicieron a Paquito, que lo maltrataron con varas, banderillas y lo mataron con la espada? No fue casualidad: esto es lo que llaman Fiesta Nacional. Nos han engañado, haciéndonos creer que, por ser diferentes a los demás, íbamos a tener una serie de ventajas, y lo cierto es que solo pensaban en ganar dinero a costa de nuestro sufrimiento. ¿Qué te parece si abandonamos todo, antes de que sea demasiado tarde?
-Tienes razón Margarita. No hace falta que cojas nada, con lo que hay en la naturaleza tenemos suficiente.

sábado, 6 de noviembre de 2010

FÁBULA

Por Paco Torres.
"La rana y la cigüeña"
-Estoy muy mal valorada-se quejaba una rana que croaba en una gran charca.
-¿Por qué dice eso?-le preguntó una cigüeña que picoteaba cerca de allí.
-Nadie quiere parar ni un momento a escuchar mi canto.
-Yo estaré encantada de escucharlo-dijo la cigüeña.
-Durante el día es muy peligroso para mí salir de la charca, y dentro del agua es imposible cantar bien; demasiada presión.
-Le propongo una cosa, señora rana, nade hasta la orilla, salte a una de esas piedras y entone sus bellas melodías. Mientras, yo vigilaré.
La rana así lo hizo. Estaba sobre aquella piedra como en un magnífico escenario; pero nerviosa e inquieta. Sabía que era una temeridad estar a aquella hora fuera del agua. La cigüeña se fue acercando, con pasos cortos, mientras hablaba para tranquilizar a la artista: -Concéntrese en su melodía. Yo vigilo. A la mínima señal de peligro le aviso para que salte a la charca.
La rana, que aún miraba a la zancuda con cierto recelo, comenzó su rutinario croar. Tenía la cigüeña aspecto de embelesada y bajaba la cabeza muy despacio, girándola un poco; como para escuchar mejor. La rana se inflaba cuanto podía y se concentraba, confiada ya, en deleitar a su espectadora. La cabeza de la cigüeña estaba apenas a unos palmos de la rana, muy pocos y...¡zas!
De un certero picotazo atrapó a la rana. La puso en el suelo, la aprisionó con una de sus patas y comenzó a devorarla. Mientras a la rana le quedó aliento, suplicó: -¡Por favor, señora cigüeña, somos amigas! Y, si me come, ya no podré cantar más para usted.
-Tan solo por no escuchar tu horrible y monótono ruido te engulliría, estúpida orgullosa. Además, a mí solo me gusta que me canten cuando como. Así que, mientras me zampo tus patas, puedes seguir croando, si tanto te gusta. -La rana miró con sus saltones ojos muy abiertos y aterrorizados, a la pérfida ave-. ¡Creo que se te han quitado las ganas de cantar!-dijo la cigüeña y lanzó un picotazo.
Moraleja: Si tienes una voz horrible, y te gusta canturrear, hazlo cuando estés solo (por lo que pueda pasar).

miércoles, 3 de noviembre de 2010

REFLEXIONES

En medio de una resaca de padre y muy señor mío me hallo, por culpa de una desbocada anarquía creativa que se apoderó del Taller, como no puede ser de otra forma, después de ocho sesiones. Lástima no contar con una aspirina a mano. Y, aún, sigo sin conocer las letras de un maestro del canto, con nombre artístico de material de costura. Tal vez, en otra ocasión…
En fin, aquí va el primero.

Por Amor de Pablo.

En el taller de escritura, como ejercicio, debo escribir un texto en tono de reflexión, crítica o moraleja. Me decido por la reflexión. La crítica me sale mejor hablada que escrita; además necesito un contrincante y sobre el papel mi único adversario es la falta de imaginación. Menudo adversario por otra parte. En cuanto a la moraleja la descarto inmediatamente. No me creo capacitada en absoluto para escribir algo que, además de calidad literaria, contenga lección, enseñanza o consejo para el que tenga la desgracia de leerlo. Volviendo al tema de mis desvelos. Reflexión. En el diccionario, al que últimamente recurro con mucha frecuencia, aparecen siete u ochos acepciones de esta palabra. De entre todas hay dos que llaman mi atención. La primera dice: "Reflexión es la acción de reflejar o reflejarse". Desde mi infancia me fascinan los espejos. Recuerdo, siendo muy pequeña, haberme pasado horas enteras mirando fijamente el que había en la cómoda de mi abuela; una cornucopia de madera oscura que me atraía como un imán. Me quedaba allí acechando mi imagen en el cristal biselado, esperando algún tipo de magia que me trasportara al otro lado. También recuerdo que miraba mis ojos como si fueran los de una desconocida. Fijaba mis pupilas en el duplicado de estas con tal intensidad que me escocían los ojos, saltándome las lágrimas. Cuando ocurría esto, tenía forzosamente que parpadear y al volver a escrutar mi propia mirada, por el efecto del lagrimeo, obtenía la fugaz impresión de estar viendo una cría que no era yo. Mejor dicho, era yo pero distinta, mejor. Mi transformación en la niña que anhelaba ser. No he perdido esta costumbre. Cuando me siento mal conmigo misma, me planto delante del espejo y a veces consigo vislumbrar a la mujer que pretendo ser. En esos momentos creo que por fin he conseguido hallarme a mi misma aunque sea a través de mi reflejo. Y esto me lleva a la segunda acepción del diccionario. A saber: "Reflexión es el acto del entendimiento por el cual el espíritu se conoce a si mismo".

viernes, 29 de octubre de 2010

ETOPEYA

Por Pepe de la Torre.
Justo Alberto tiene una moral conformada a su conveniencia. Recuerda que allá en su juventud comenzó patrullando en clubes de los más honrados "tiratipias", aquellos inquebrantables socios de la educación en la revolución, pero que nunca llegaban ni a la mitad del camino. Años después, alardeaba de su pertenencia al bando restringido del "artisteo epigonal" y de la creación fronteriza. Adoptó la imagen de dandi y llegó a utilizar corsé. Pero ya con los años, tras una crisis de la vocación que nunca tuvo, y cansado de tanto paripé, se instaló en la desconfianza y el pesimismo. Adoptó una expresión conminatoria hacia el género humano y dejó en evidencia su alma de mármol.

martes, 26 de octubre de 2010

Prosopografía

Pongo el siguiente ejercicio como ejemplo. Permitiéndome la pequeña maldad (que no crítica) de comentar que su autor acude a un recurso muy socorrido (se las sabe todas...Y seguro que él comentaría lo mismo, a la inversa, si el ejercicio fuera ajeno), es obligado destacar que su especial significado radica (dejando aparte el detalle del color del cabello y su referencia a que es más bien largo) en que DESCRIBE LO ESPECÍFICO, LO QUE HACE DISTINTO A SU PERSONAJE, RESPECTO A LO COMÚN. No habla de un hombre con cabeza, dos brazos, dos piernas...nos cuenta lo que Don Antonio tenía de particular. Ahí va.
Por Paco Torres.
Don Antonio, el cura. Lo que más me llamaba la atención en él era el pelo. Tenía el cabello de color castaño, lacio; más bien largo, entreverado de canas. Las cejas muy pobladas de pelos largos, dóciles, y en perfecto orden descendente desde el entrecejo hacia la sien. Cuando leía, ayudado por sus gafas de montura dorada, y bajaba la mirada en dirección al texto, era frecuente que un mechón de sus largos y lacios cabellos le cayese sobre la cara. Él, con gran parsimonia, extendía la mano y colocaba los cabellos rebeldes en su sitio. Las manos de don Antonio eran grandes. Los dedos largos, finos y blanquísimos, estaban coronados en su primera falange, por moñitos de pelo. Los pelos más tupidos que yo haya visto sobre unos dedos. Sin embargo, su rostro, enjuto y de tez también muy blanca, lo recuerdo siempre impoluto sin la más mínima señal de barba.

sábado, 23 de octubre de 2010

RETRATO

En el retrato hubo más inspiración y, por ello, son más los ejercicios colgados. Si bien, me reservo una pequeña joya, para el momento oportuno. Su autor, no desmereciendo en nada a los presentes, hizo un ejercicio sobresaliente. Cuando él cuente con las horas de sueño suficientes, y recupere el sosiego con el que le reconocemos, será su hora. A los demás, os felicito, con igual entusiasmo…Y ya llegará, el momento de otros, y sus ejercicios de prosopografía y etopeya.

Por Isabel Garrido.

A pesar de su seriedad evidente, en su interior se guardaba un agudo y afilado sentido del humor. Su rictus, sin embargo, evadía aquel pensamiento de la mente de los demás, con su bigote de aspecto serio remarcando el efecto. Su mirada, clara y azul, reía cuando él, con su tono más serio y pausado, usaba su aguda ironía con el mundo. De cabello entrecano y castaño, alto y de grandes proporciones, su aspecto de hombre serio de negocios, quedaba remarcado. Hablar con él era compartir una experiencia en sabiduría, enriquecedora para los sentidos.

Por Amelia de los Ríos.

Porte erguido, andar sereno, a pesar de su pequeña talla y frágil aspecto, su sola presencia transmite fuerza y seguridad; con penetrantes ojos negros y mirada limpia; cuando habla llena el especio, nada más que existe este momento: se para el tiempo y sus palabras son música para tus oídos, que te transporta a otra dimensión.

Por Jorge Muñoz.

Mi abuelo se llamaba Sebastián Pogues, y era portugués. Hombre de pueblo, aunque nervioso en su mirada, su voz parecía tranquila, reposada. Su piel estaba muy arrugada…El sol de años y años había hecho de las suyas sobre aquella piel tostada y acartonada. Un pequeño bigote le cubría bajo la nariz y sus orejas eran grandes y blandas. Las manos eran ya huesudas, pero llenas de fuerza, con sabor a tierra y a trigo. Era firme en sus decisiones y, aunque seco como la tierra donde vivió, sabía dar a cada uno lo que le pertenecía. Su vida había sido incansable, dura…pero marcada por su destino, un destino que se reflejaba en su modo de ser, recio y seguro de si mismo y, a la vez, sensible, quizá a solas, cuando casi nadie le veía.

Por Yolanda Bautista.

Su cabello cobrizo formaba ondas que se deslizaban hasta debajo de su barbilla. Brillaba con la tenue luz de las estrellas en la noche cerrada y solía recogerse, caprichoso en tirabuzones pequeños, que pendían en total libertad. El rostro, ovalado y pequeño, era un lienzo de singular blancura, que de repente se volvía rosado cuando se turbaba su ánimo. Era de naturaleza inquieta y sabia pese a su corta edad. Comprendía tanto, que se vislumbraba en el centro de sus ojos que así era. Sí. Ella tenía la mirada de un espíritu sabio y las maneras de un adulto, pues en su modo de hablar había una gravedad y una certeza que dejaba confusos a los que equivocadamente se dirigían a ella como si su circunstancia la sentenciara. Generosa y compasiva, también risueña y soñadora -que algo tenía que quedar de su condición de chiquilla-, disfrutaba mucho de sus excursiones con sus compañeritos y compartía con ellos las manzanas de los árboles y las historias que les contaba, a veces de un libro, otras de un cuaderno que escribía.

viernes, 22 de octubre de 2010

CARICATURA

Cuentas pendientes. Por fortuna, no se trata de asuntos propios del peculio, sino de palabra dada que obliga, y por méritos personales, de quien lo siguiente escribió, con amabilidad tal, que más se asemeja a un retrato ácido-como así corrobora otro notable hombre bueno del tribunal colegiado-que a una caricatura en si.
En lo demás, trabajado está el otro ejercicio, que entra, sin ayuda divina, con la cabeza alta y el cuello maltrecho.
Por Pepe de la Torre.
Su locuacidad es precisa y contundente, sus decires llenos de argumentos y abogaderas, de lo que bien conoce y de lo que se inventa.
Ejecuta una digna interpretación teatral mientras imparte su magisterio. Tiene una exposición diáfana y sobrada, como pedagogo determinado por su composición genética. Se empeña en extraer las palabras adecuadas del laberinto de nuestros torpes pensamientos.
Ante nuestros desaciertos alterna una exposición contrariada y gesto agrio, a la vez que sarcástico. Pero siempre mantiene un empaque sereno, de ceño alzado, tan irónico como simpático.
Habla como si sentencie. Tiene aspecto sonrosado de leñador alpujarreño. Con cuellos escarolados sería un auténtico Enrique VIII.
Más que picapleitos aspira a ser Juez Supremo.
Por Esther Ortega.
Dimas el ladrón, era astuto como un zorro. Sus ojos de hiena, hacían contrapeso con su quijada de cabra montesa. Rumiante en su hacer y ave de rapiña en la sisa, avaro como pocos: era capaz de no beber ni agua, con tal de ahorrarse el tener que ir al baño.

lunes, 18 de octubre de 2010

Acabamos en tercera.

Por Amor de Pablo.
Se subió al tren cuando ya estaba en marcha. Comprobó el número de su plaza con el billete que llevaba en la mano y se sentó. Casi al mismo tiempo se colocó el MP3. Al volver su rostro hacia la ventanilla, vio el reflejo de unos ojos mirándola fijamente. Se revolvió incómoda en el asiento y desvió la vista. Al cabo de unos minutos miró de nuevo al cristal y allí estaban otra vez aquellos ojos. Cada vez más inquieta, buscó un libro en la mochila e intentó concentrarse en la lectura. Imposible. Cada vez que alzaba los ojos se tropezaba con aquella mirada. Guardó el libro y buscó una canción en el MP3, algo que la distrajera de esa situación absurda. Casi había conseguido olvidar que alguien la observaba cuando un destello de luz entró por la ventanilla y la obligó a mirar de nuevo. Los ojos seguían clavados en los suyos. Decidió cambiar de actitud y devolver la mirada, si cabía, con mayor insistencia que la recibida. Observó aquellos ojos no ya con miedo sino con curiosidad. De pronto una sonrisa burlona se dibujó en su cara; acababa de darse cuenta. Los ojos descarados que no cesaban de mirarla no eran otros que los propios.

viernes, 15 de octubre de 2010

Metemos tercera.

Por Paco Torres.
"El mensajero".
Allí, en el saliente del amplio ventanal que la cristalera había convertido en mirador, estaba: el pájaro; no sabía su especie.
-Tienes visita Alfredo-dijo Andrés, el socio del despacho-. Además, parece que te mira atentamente.
-No lo parece, me mira. Desde que apareció, hace unos días, no hace otra cosa que mirarme.
-Menos mal que solo es uno-bromeó el compañero.
-Ríete si quieres, pero estoy seguro; su mirada es maléfica y viene a fijarla en mí. Mientras estoy aquí, por mucho que golpee el cristal, no se va.
-Deberías descansar un poco más-comentó el otro con tono preocupado, antes de salir.
Cuando Andrés llegó al lugar del accidente ya se habían llevado el cadáver destrozado de Alfredo.
-Me han avisado demasiado tarde-reprochó al único policía que había allí.
-A usted solo se le ha avisado porque el coche estaba a nombre del despacho del que ambos figuran como dueños-dijo el de uniforme.
Irritado por la frialdad del policía, preguntó, ya que no se veía señal del accidente: -¿Dónde ha sido?
El policía le indicó señalando: -No se ve. Se ha despeñado por allí. ¡Allí! Donde se acaba de posar el pájaro.

martes, 12 de octubre de 2010

Más en primera.

Destacamos el trabajo de Miguel Ángel, al haber ganado en calidad en cuanto redujo en cantidad, y el de Rosa, al haber encontrado una solución original, respecto a sus compañeros, en tanto explica la cuestión de no pasar páginas del libro, mediante la evocación de un tiempo pasado.
Ya llegarán, en su momento, lo ejercicios en tercera persona.

Por Miguel Ángel Jiménez.
"La lectora".
Siempre me gustó viajar en tren. Es el medio de transporte más civilizado, dicen. Tomo el cercanías a diario para acudir a trabajar. Siempre observo a la gente a mi alrededor. Los rostros son anónimos, rutinarios, soñolientos, cansados, una amalgama de emociones similares que no añaden nada de emoción al viaje. Me gusta pensar, para aislarme, en los grandes clásicos del cine que transcurren en ferrocarril, en esos personajes sofisticados que viajan en compartimentos independientes, en esos grandes romances que surgen en un almuerzo de camino a Viena, mientras las ventanillas nos muestran los hermosos paisajes de Centroeuropa.
Normalmente los pasajeros que comparten mi ruta no leen nada más profundo que los periódicos gratuitos que reparten en la estación, por lo que hoy quedé sorprendido al poder observar a alguien diferente. Se trataba de una hermosa muchacha que no apartaba la vista de un hermoso y grueso volumen de tapas doradas, que sostenía con las dos manos, como si no pesara nada. Me di cuenta de que podía dirigir mi mirada a ella con indiscreción, pues nada parecía que pudiera apartarle del mundo de ficción en el que se había zambullido. La miré con placer durante un buen rato. Fantaseé con la posibilidad, remota debido a mi proverbial timidez, de entablar una conversación. Me resultaba extraño el hecho de que la muchacha no pasara la página que llevaba tanto tiempo ante sus ojos. Bien pensado, ni siquiera se había movido desde que posé mi mirada sobre ella.
En un raro impulso de decisión me levanté y fui hasta su asiento, al menos para preguntarle si se encontraba bien. Al acercarme, me sobresaltó la palidez de su rostro y su mirada perdida. Estaba muerta. Un hombre maduro y elegante que se sentaba a su lado me dirigió la más seductora de sus sonrisas, tomó el libro de las frías manos de la muchacha y me lo ofreció. "Le he visto a usted muy interesado", me espetó. Durante unos segundos dudé si aceptar la invitación. Finalmente di la espalda a aquel hombre y volví a mi asiento. Mi rostro volvió a transformarse en un rostro anónimo, rutinario, soñoliento, cansado.
Por Rosa Gatón.
He venido al parque como de costumbre a leer un rato; algo distrajo mi atención: en mi mente aparecen recuerdos de mi niñez, aquella que con tanta prisa quería dejar atrás para disfrutar de todo lo prohibido. Siempre me decían: eso lo harás cuando seas mayor, pero los minutos no daban paso a las horas, transcurría todo lentamente...Pasaron los años y ahora llega el momento de saborear todo lo que he tardado tanto en aprender, pero ya nada es igual. La vida pasa a velocidad de vértigo y cuando te vienes a dar cuenta que los achaques no te dejan disfrutar de aquello que querrías, los gritos de unos niños jugando me hacen salir de mis pensamientos; miro con asombro que abrí el libro pero no he conseguido pasar una página. Al final el tiempo se me echó encima.

viernes, 8 de octubre de 2010

PRIMERA PERSONA

Continuamos en la línea de ejercicios cortados por el mismo patrón pero con distinta confección. Hoy adelantamos algunos, próximamente, más, que también lo merecen.

Por Pepe de la Torre.
"Estatua viviente".
Ya faltan solo diez minutos para el fin de mi jornada laboral. Sin mirar el reloj adivino la hora con escaso margen de error, según las sensaciones que mi cuerpo experimenta.
Soy una estatua viviente, una obra de arte hiperrealista. El escultor Armando Segura me ha imaginado y me ha engendrado durante un proceso que ha durado varios meses, derramando su poesía sobre mi cuerpo. Ambos aportamos tanto nuestra técnica como nuestra creatividad. Aparte del entrenamiento físico y expresivo, sin mi reinterpretación constante de la obra de mi autor, no conseguiría transmitir ninguna emoción.
Hoy es la inauguración de la feria del libro. Me esperan diez días en el pedestal de la entrada. Como discípula de Heráclito, durante este tiempo todo tiene que fluir en mi interior, en contraste con mi quietud aparente.
El arte soy yo, arte y vida en una unión tan singular como efímera.
Por Amor de Pablo.
Ya son las diez. Bajo a comprar el periódico al quiosco de la esquina. Aún está cerrado. Me doy una vuelta por el parque mientras espero que abran. Hace mucho calor y me siento en un banco a la sombra. Enfrente de mí, en otro banco, hay una chica con aspecto ausente. Su físico me resulta familiar. Será porque es morena como yo y lleva el pelo largo. También sus piernas son largas, como las mías. Tiene un libro abierto sobre su regazo.
No quiero mirarla fijamente, me daría vergüenza si me pillara observándola de forma tan descarada. Pero no puedo evitar fijarme en ella. Sobre todo porque lleva un buen rato sin pasar las páginas aunque tenga la vista puesta en el libro. Quisiera preguntarle por qué mantiene el libro abierto si en realidad no lo está leyendo. ¿En qué estará pensando que incluso se olvidó de leer? Bruscamente cierra el libro. Me mira y se acerca. Se ha sentado a mi lado. Me observa un momento y dice: ¿Por qué tienes abierto ese libro si no lo estás leyendo?

viernes, 24 de septiembre de 2010

Otoño y el patio revuelto.

Efectivamente, compruebo que el patio anda pero que muy revuelto, y es por ello que me veo en la necesaria obligación de...alborotarlo mucho más. Con el gusanillo de escribir estáis, y con ganas de que os lean, disfrutáis. Pues MÁS, MÁS, MÁS...
Desde aquí os invito a que alguien comience una historia. Libertad total. Servidor la cuelga en el blog, y el/la que le apetezca que la continúe, y así, más, más y más. ¿Cómo? Mandáis el texto como comentario y yo lo subo a la entrada. Sencillito. ¿Qué orden seguir? Como tantas cosas en la vida, el primero que llegue, se lo lleva al huerto. El segundo, se queda con las manos vacías. Así que corred, mentes creadoras. ¿No sentís curiosidad por ver dónde llegamos? Yo mucha.
¿A qué estáis esperando? Y un último apunte: puede enviar texto todo el mundo, participe o no en el Taller. Ahí queda el reto.



"La cogí de la playa. Tenía una reverberación especial, al menos mientras estuvo mojada. Cuando llegué a casa, desilusión, seca era una piedra vulgar. La puse sobre la mesa de mi biblioteca, con la intención de tirarla por la mañana. Cuando fui a cogerla, después del desayuno, no estaba. No albergaba duda: la noche anterior la puse allí. Comencé a sudar; vivo solo.
Vivo solo y soy muy supersticioso. De inmediato vinieron a mi mente las leyendas que conocía sobre piedras mágicas. Traté de encontrar una respuesta lógica dentro de mi irracionalidad: "si ayer la cogí porque me llamó la atención su brillo, y luego su luz se apagó; debe tener algún significado". Busqué la maldita piedra por toda la habitación. ¿Y si la había puesto en un sitio distinto del que recordaba? Miré debajo de los muebles y las alfombras. Dentro de los cajones del escritorio. Ni rastro. Parecía como si se la hubiera tragado la tierra. Incluso pensé que lo había soñado. Cuando estaba a punto de convencerme de que todo era fruto de mi imaginación, en una rendija del parquet comenzó a titilar una débil luz.
Al cabo, la luz agigantó su presencia, de suerte que un impetuoso haz se proyectaba sobre el techo de la habitación, obligándome a apartar la mirada. Mi corazón latía con la misma cadencia que un caballo desbocado; por momentos, sentí la apremiante necesidad de vomitar. De espaldas al rayo luminoso, mi cabeza se disparó en mil direcciones. Cuando recuperé parte de mi conturbado ánimo, las ideas convergían en un punto de intersección. Satisfacer mi voraz curiosidad suponía un tributo simple de abonar, aunque no asumible. De entrada, no. Hubiese bastado con bajar al sótano, registrar la desordenada caja de herramientas y traer conmigo un membrudo destornillador con el que podría levantar un segmento de madera, tal vez dos. Poder hallar la respuesta que tanto deseaba se encontraba a un paso equidistante a la locura. Un paso imposible de asumir. Mi natural irracionalidad cedió por imperativo del miedo. No al descubrimiento en si, sino a admitir que solo un soñador o un loco podrían considerar la idea de que, bajo el suelo, se hallaba un ente inanimado con una inexplicable aptitud mágica. Estaba dispuesto a poner en entredicho mi capacidad de ensoñación; más allá: una delgada línea que no estaba dispuesto a cruzar. Por el reflejo pude intuir que aquella desquiciante luz no había menguado ni un ápice. Con el estómago encogido por tanta emoción contradictoria, pensé: que alguien acuda a solucionar aquel fárrago. Recé por la temprana aparición de un verdadero deshacedor de galimatías.
No soy un soñador, ni un loco, y para convencerme de que allí debajo no hay nada sobrenatural, descendí al sótano a buscar una herramienta para levantar las tablas de madera del parquet y acabar con este embrollo.El destornillador no entraría en las finas ranuras, mejor me llevo esta lima de hierro. Al subir con torpeza y llegar al final de las escaleras, me di cuenta de que la habitación estaba totalmente oscura.
Mientras me debatía entre el miedo y la curiosidad, observé con asombro que la luz cambiaba de color y se tornaba en azul turquesa, a veces pardo y otras luminoso como el mar; pensé si aquel ente no era tan inanimado como yo creía. De pronto la luz azul turquesa dio paso a una tonalidad violeta, No podía apartar la vista de aquel fenómeno, el miedo se estaba apoderando de mí.
Tomé una gran linterna, que también guardo en el sótano, cambié la lima por una buena palanca-“pata de cabra”- y subí. Con más fuerza que maña, levanté madera y parqué hasta acceder a la luz. Por fin aparecía la dichosa piedra, pero ahora no emitía ninguna luminosidad.No pienso dejarme sorprender otra vez. Pulsé el interruptor de la luz. La habitación volvió a la normalidad. La piedra era de nuevo eso: una piedra.Espoleado, antes, por mi curiosidad que por mi miedo, me decidí a investigar. Tomé la piedra y la pegué, con uno de esos pegamentos extrafuertes, a un posavasos que dejé en el mismo sitio que la primera vez...A media noche me volvió a despertar la luz, ahora provenía del altillo de la librería, cerca del techo. La piedra, con posavasos y todo había vuelto a cambiar de lugar. Me costaba trabajo respirar, pero no me di por vencido.Cuando el oficial de bomberos que había forzado la puerta entró, precediendo al policía -los vecinos habían avisado-, de esa casa provenían ruidos y su inquilino no daba la cara desde que comenzaron a oírse- ambos quedaron perplejos. Piedras y más piedras pegadas en todos los rincones de la vivienda y el suelo- sobre el que yacía un hombre con una palanca fuertemente agarrada- destrozado.".

jueves, 23 de septiembre de 2010

Y continúa...

Sin que sirva de precedente y, a petición popular, lo colocamos en su sitio.

Por Yolanda Bautista.
(...)El taxista le observaba y Roger se sentía cada vez peor. Le había dicho que le llevase al Royal, era discreto y razonablemente económico; continuaba teniendo miedo. Siempre que seguía sus intuiciones, estas le conducían a un callejón sin salida. No sabía qué le podría ocurrir a partir de ahora. Había traspasado la línea apoderándose de las fotos y tenía que cambiar todo su plan. Tuvo la sensación que alguien le seguía y la mirada del conductor se volvió inquietante.

miércoles, 22 de septiembre de 2010

CONTINUACIÓN.

Lo prometido es deuda que se paga a continuación:

Por Yolanda Bautista.
Roger tuvo que salir precipitadamente a la calle. A pesar de su miedo, se obligó a simular que paseaba. Su largo abrigo le pesaba y estaba empapándose por la tremenda tormenta. Empezó a entrarle pánico; no era normal que llevase el paraguas cerrado, pero fue lo primero que se le ocurrió: esconder las fotos dentro del paraguas. Como llevaba el maletín en la otra mano, ya se desharía de él después. Se calmó al llegar a la esquina y ver a un taxi. Subió a él mientras alguien semioculto le observaba.

jueves, 16 de septiembre de 2010

Microrrelatos

Nos adentramos ahora en el Taller en una breve etapa, en la cual, un acontecimiento disparador será el protagonista. Hablamos de facilitar a todos los partícipes un par de ideas comunes y, a partir de ellas, intentar dar un respuesta razonable, una explicación que nos acabe conduciendo al microrrelato. La semana que viene subiremos más (y puede que otras también). Esta semana, el que más gustó fue:

Por Annick Merlin.
Desde esta mañana caía una lluvia torrencial. Antes de salir a la calle, Juan se pone el abrigo; torpemente se le resbala el maletín negro, ya en la acera, se abre y sus notas se mojan en un charco. No puede llamar al taxi que pasa en este momento, y exclama: "¡Por qué tendré este maldito paraguas cerrado!"

miércoles, 8 de septiembre de 2010

AUTOBIOGRAFÍA

Un ejercicio con unos límites difíciles de resolver. Una vida en un solo folio...y una biografía que en el fondo no es auto. Después de tanto practicar con el relato, el cambio de registro no ha resultado fácil. Aquí exponemos una con un tonillo curioso de "flujo de conciencia".

Por Miguel Ángel Jiménez.
La entera vida del hombre es una continua agonía. La mayoría sabe disimular bien sus pensamientos, quizá para tranquilizar su espíritu ante los demás, pero en el fondo todos sabemos que raramente vivimos el momento, más bien nos dedicamos a escudriñar el futuro, intentando hallar en él el final de los sinsabores de la existencia.
Mi vida tiene algunas singularidades respecto a la del común de los mortales. Fui un chiquillo de inteligencia precoz, tanta que espantaba a mis propios padres, que no reconocían su propia naturaleza en mi extraño discurso, fruto de las horas que pasaba enfrascado en la lectura de los volúmenes que diariamente sacaba de la biblioteca.
Ni que decir tiene que siempre obtuve las más brillantes calificaciones en mis años escolares. Lo cierto es que dejaba atrás a los profesores, aunque me guardara de exhibirme demasiado. Estudiaba lo justo para bordar los exámenes. El resto del tiempo lo dedicaba a desarrollar mis propios saberes, que tantos pesares me iban a causar en el futuro. De relaciones con el sexo femenino, nunca quise saber nada.
Llegada la hora de elegir carrera universitaria, me decanté por la Astrofísica, por entender que era la ciencia que abarcaba a todas las demás. El estudio de la inmensidad del universo y sus misterios me seducía. Era tanto lo que quedaba por descubrir...
Emprendí mis nuevas tareas con el entusiasmo de siempre. Mi brillantez pronto llamó la atención de uno de los catedráticos, que me permitió utilizar el observatorio siempre que quisiera. Casi todas las noches pasaba unas horas mirando las estrellas, intentando desentrañar la extraña música del universo.
Una noche observé un extraño objeto en las inmediaciones del Sistema Solar. Un seguimiento concienzudo durante varias noches más y complicados cálculos me confirmaron lo que sospechaba: el bólido se dirige hacia la Tierra e impactará contra ella dentro de tres años. Nuestro planeta quedará como un desierto sin vida.
Al principio se me ocurrió difundir la noticia, pero pronto desistí de la idea. El pánico se extendería entre la población y nada podría hacerse por evitar lo inevitable. Por mucho que lo pienso, no hay forma humana de desviar el monstruoso meteorito. Calculo que dentro de poco será descubierto por otros observatorios. Quizá hablen. Quizá la noticia quede en el ámbito de la comunidad científica.
Me entristece la idea de la pérdida absoluta de la cultura humana. Me gustaría poder conservar algunas obras, aunque nunca puedan volver a ser leídas por nadie: los diálogos de Platón, la Odisea, la Divina Comedia...El ser humano habrá completado dentro de poco su breve paso por el universo. Su fin no alterará su ritmo. Será un pequeño incidente que confirmará que no somos nada.
En estos días mis pensamientos derivan siempre hacia la idea de la muerte. El hombre se mueve por su existencia como si fuera inmortal y desecha la idea de la muerte, al menos de la propia. Como bien dijo el sabio Pascal: "Los hombres, al no haber podido remediar la muerte, la miseria, la ignorancia, se han puesto de acuerdo, para ser felices, en no pensar en ello". Prefiero que los hombres sigan siendo felices, aunque yo esté condenado a ser el más desdichado y solitario de la Tierra.

lunes, 30 de agosto de 2010

Pon un cocodrilo en tu vida.

Y en esas estamos, a modo de diálogo, con un impertinente cocodrilo (macho o hembra) que va pidiendo por ahí que le den una ramita de romero. He aquí los ejercicios más ingeniosos (ex aequo).
Nota.- En ambos ejercicios se utilizan (deliberadamente, y no por igual) vocablos o expresiones no contenidas en el RAE, ya sea por convenir al tono del texto, o a palabras coloquiales en Andalucía. Como su uso no es aislado, prescindo del necesario entrecomillado, para no afear los ocurrentes textos con un exceso de signos ortográficos.
Por Pepe de la Torre.
Nuevo vecino.
Abrí la puerta del ascensor y me dijo una voz apurada:
-Por favor, ¿le da al quinto? Es que no llego.
-¡Sí! Yo también voy al quinto.- Le respondí atónito. Lo había visto la tarde anterior en la biblioteca y todavía no había salido de mi asombro.
-Llevo un rato intentando darle al botón con la punta de la cola.- El lomo lo tenía arqueado y parecía que iba a romperse por la mitad-. Perdone, pero me viene un poco estrecho el ascensor.
-Si, ya veo.
-Habrá que hacer alguna reforma.
-Ah, ¿es que vive aquí?
-Sí, en el quinto B. Me habían dicho que el edificio estaba adaptado.
-Cumple las normas de accesibilidad universal.- Salí al paso con esta tontería.
-Las desfasadas, vecino. Pero no las que incluyen las propias para reptiles. Y lo peor es la falta de la climatización adecuada, tan importante para los que somos de sangre fría.
Y decía esto con una voz aguardentosa, que denotaba la garganta sumamente afectada.
-El dueño estaba deseando alquilarlo; ya lo está usted comprobando.- Y le cambié de tema-. A propósito, lo vi el otro día por la biblioteca.
-Sí, estoy haciendo una investigación sobre los precursores de la lucha contra la especifobia.
-¿La especifobia?
-El racismo entre especies, en lugar de entre razas. Es en lo que estamos ahora trabajando en el Programa por la Comunicación.
Pensé: Un nuevo programa que se ha inventado el nuevo Ministro contra el Racismo y el Caos. Este gobierno quiere ser el gran reformista. Aunque en el fondo es como aquel que dijo que debe cambiar algo para que todo siga igual.
-Bueno, ya hemos llegado. A propósito, ¿no tendrá usted una macetita de romero?
-Sí. ¿Por qué?
-Es bueno para el ciclo menstrual. Quizás no se haya percatado por mi piel escamosa, mis prominencias oculares, mi boca...Seré una presencia exagerada para su gusto. Pero si no se ha dado cuenta soy un cocodrilo hembra.
Por Jorge Muñoz.
El cocodrilo del romero.
¡Ding dong, Ding dong, Ding dong, Ding dong, Ding dong! ¡Uf, son las nueve de la mañana y yo de vacaciones! ¿Pero quién pegará al timbre de esta manera? Verá la que le va a caer...
-¡Ya voyyyyyy! (so peaso...me voy a callá)
Voy abriendo la puerta y al coger la llave se me cae al suelo...y ese timbre me atruena en los oídos...y al abrir la puerta pego un grito descomunal.
-¡Ahrrrrgggg!
-No señor, por favor, no se asuste.- Me dijo aquella bestia inmunda de ojos asesinos y dientes como zarpas.
-Pero, pero bueno, si habla y todo...¡Ay, ay! Mira, yo voy a cerrar. ¿No será todo esto un disfraz? A ver...¿dónde está la cámara oculta?¡Maríaaaaaaaaaaaaaaaa, te voy a matá como seas tú la de la bromita!
-Pero qué bromas ni cámaras ni nada. Oiga...que soy de verdad y a lo que vengo es a otra cosa.
-¿A otra cosa?Pero so peaso sinvergüenza...¿cómo te atreves a darme estos sustos?¿tú qué es lo qué quieres?
-Pos mire usté...yo es qué...verá, vivo en el Zoo, que ya sabe usté que está aquí cerquita...y mi cocodrila está embarazada de mis cocodrilitos y la mu joía ha tenío un antojo de solomillo al romero...totá, que hemos cogío al cerdo vietnamita y lo tenemos en la brasa, pero no tenemos romero...y yo ando como loco buscando el romero por toas partes y he venío aquí a vé si usté me puede dar un poquito.
-¡Ay umaaaaaaaaaaaa!Jajajajaja. El hombre se agacha y empieza a reírse como hacía tiempo que no lo hacía.
-Pero bueno...si este cocodrilo hasta habla gaditano como yo...osú,osú...pasa pichita de oro...que te voy a dá el romero pa tu parienta.
Entra en la cocina y saca las especias; de ahí le da un buen matojo de romero al cocodrilo que le sonríe abiertamente, enseñándole su fabulosa dentadura...
-Ay, grasias, grasias...
-Eh túuuuu mira, cuando tengas guisao el cochinillo ese...me vas a traer un poquito y así conozco a la cocodrila, ¿eh?
-Sí,sí...bendito sea usté, que vaya, vaya con la cocodrila que le lleva dando una noche que pa mi se quea.
-¡Hala con Dios! Y venirse por aquí después.
Cierro la puerta y llamo a María...para contarle lo sucedido...desde luego, ver para creer.

miércoles, 25 de agosto de 2010

Lógica fantástica.

Un ejercicio donde es obligatorio el uso de seis palabras; cinco que siguen una serie (niña, bosque, flores, lobo y abuela) y el elemento nuevo: la palabra helicóptero. Nos imaginábamos el parto de una Caperucita muy especial...y aquí tenemos una.

Por Antonio Maraver.

En un bosque, allá donde el helicóptero dejó a niña y abuela, llegó Pepe Flores. El lobo apareció después. No. Había un bosque que se animaba por las noches de luna llena. Las hojas tomaban formas siniestras y se respiraba tensión entre ellas por la forma en que se miraban. Algunas mostraban el envés para evitar problemas; con eso os lo digo todo. Además, los pinos retaban a los demás árboles a ver quiénes ponían las caras más horrendas para castigo de los desventurados que llegaran por allí.
En ese mismo bosque había flores. Eran de todos los colores imaginables: azul, gris, verde, escapo, naranja, romana, rusco, etc, etc. Jugaban al corro de la patata y se reían de lo serios y amenazadores que se ponían los árboles.
Esas flores las cogía una niña llamada María Bernarda. Esta niña solía recoger entre cinco y seis kilos todos los días mientra entonaba el "Can you feel it?" de los Jackson's five y saltaba de árbol en árbol como si tal cosa.
Las flores se las llevaba a su abuela, María Romualda. Era esta señora de avanzada edad, de entre unos 90 y 110 años, con un lacito rosa en el meñique derecho. Roncaba ligeramente durante la noche y de día...también (hubo quien creyó que aquello era un aserradero). María Romualda padecía de muchas cosillas.
El lobo era el malo de la historia, y como tal se metía en todos los líos posibles: desanudaba el lacito de la abuela, se metía en el corro de las flores, hacía muecas de miedo a los árboles y, para colmo, cantaba "Mi carro" cuando oía a la niña entonando su canción.
Existía también un helicóptero medio lelo, cuya principal tarea consistía en sobrevolar el bosque para ver que todos se comportaran medio bien, al menos. Lo pilotaba con mano de hierro un tal Antonio Maraver, alias "Cosmos", que a estas horas está en paradero desconocido.
Quedaron el bosque, las flores, la niña. la abuela, el lobo y el helicóptero a las seis y ocho minutos de la tarde, tras mucho regatear. Iban a competir para saber quién era el mejor de la historia.
Ganó el bosque, que quedó encantado por ello. Para mí que presionaron al jurado. Las flores lo dejaron todo lleno de polen como forma de protesta. Niña y abuela se hicieron la puñeta mutuamente, pues en realidad no eran de la misma sangre, sino que la niña había adoptado a la abuela. El lobo puso varias cargas de dinamita, de las cuales ninguna hizo explosión, y el helicóptero se quedó más lelo que cuando llegó. Eso sí, los recogió a todos, rumbo a una nueva historia en que fueran necesarios.
Y azulín, azulado, este cuento se ha acabado.

miércoles, 18 de agosto de 2010

Metidos en harina...

(...)nos atrevimos con un ejercicio básico. A partir de una palabra elegida al azar por cada miembro, este debía realizar un texto de pocas líneas, en el que la palabrita fuese la protagonista principal. Entiéndase el resultado, en el contexto de la pura improvisación, sin más tiempo disponible del que se tarda en parpadear. Colgamos los dos ejercicios que contaron con la mejor acogida del grupo. Estos son:

Por Yolanda Bautista.
Árbol.
La casa al final del camino estaba pintada de ocre. Tenía un friso de piedra que la recorría, como solía ser habitual en todas las de la comarca. Era un pueblo dentro del límite de Galicia, que no parecía ser de allí, pues gozaba de muchas horas de sol al año. Tal vez por eso había dado lugar a que creciera un árbol no demasiado común: un olivo.
Corrían muchas historias acerca de esto. Que si lo habían plantado unos andaluces hace cien años...que si lo habían transplantado ya crecido...La realidad es que, desde que recordaban, había estado allí y, ni los rayos, ni los corrimientos de tierra, habían conseguido moverlo de sitio.
Por Paco Torres.
La escritura.
La escritura, el lenguaje, es lo que ha hecho que el hombre progrese. La palabra es la comunicación. Pero una vez tuvo el hombre la facilidad para comunicarse, apareció la necesidad de que aquello que se comunicaba permaneciera; ahí, es donde aparecen los signos: la escritura. La palabra se desvanece lo escrito permanece. Haciendo una gran elipsis histórica y decantándome por la escritura, como medio de plasmar las historias y anhelos humanos, llegamos hasta la literatura. La escritura es el medio de la literatura; la que ha hecho de esta un arte.
Mediante la escritura se han ido fijando las grandes epopeyas, los grandes dramas, las diversas facetas de la condición humana; las grandes preguntas y, como no, las dudas.
A partir de ahí, la literatura no ha hecho sino reescribir matices y formas de los llamados escritos clásicos. Podemos adentrarnos en historias terribles, maravillosas, divertidas o tristes (según nuestro particular gusto e inclinación) gracias a la escritura.
Las demás artes, incluido uno tan moderno como el cine, también deben mucho a la escritura: se estudian, explican y promocionan mediante ella.
La escritura, como materialización visual de la palabra y por lo tanto del pensamiento, es algo que todavía no ha sido superado por nada. Pero es tan cotidiana, casi tan connatural ya a nosotros, que apenas nos percatamos del milagro que tenemos delante de la vista.

lunes, 16 de agosto de 2010

Una breve referencia del Taller en el diario Sur.

En el contexto de un artículo titulado: "Las bibliotecas de Málaga hacen el agosto", el diario Sur realiza, como ya he dicho, una mención de nuestro Taller que, no por breve, debe entenderse como baladí, pues testimonia la voluntad del grupo de no interrumpir la actividad durante el verano. Dicha afirmación -y realidad- dice mucho del interés, voluntad y compromiso de cada miembro. De hecho -esto es dato propio-, s.e.u.o. nuestra iniciativa es única a nivel de bibliotecas públicas malagueñas. La canícula no parece mermar el empeño común. Gracias a todos.
El artículo puede consultarse en la edición impresa de hoy, lunes, 16 de agosto (pág. 32), o en la digital, a través del siguiente enlace: http://www.diariosur.es/v/20100816/cultura/bibliotecas-hacen-agosto-20100816.html
Y, en breve, colgaremos el primer microrrelato.

jueves, 12 de agosto de 2010

ROMPIENDO EL HIELO...



Pertrechados con libreta y bolígrafo, mediando alguna que otra mirada furtiva por el rabillo del ojo, expectante, se dio el banderazo de salida en el Taller, con un ejercicio en el que se le invitaba a un miembro del mismo a que diese respuesta a la pregunta: “¿Quién era? ”. No se trataba de responder facilitando su nombre, pues previamente habían mediado las presentaciones de rigor, sino de facilitar una respuesta aleatoria, y hacerlo por escrito y sin revelar su respuesta a los demás. El siguiente participe obraba de igual forma respondiendo a la pregunta: “¿Dónde estaba?”. El siguiente, a: “¿Qué hacia?”. Otro, a: “¿Qué dijo?”. Otro más, a: “¿Qué dijo la gente?” y el último concluyó con:“¿Cómo acabo?”. Causó alguna que otra sorpresa, murmullo y cierta risa, comprobar alguna correlación ¿accidental? en el resultado final. Estos fueron:


“Es un hombre maduro y que peina canas. En la feria del pueblo echando discretas y picantes miradas a las jovencitas. Aunque un día decidió quitarse esas canas de juventud. Pasan los años y me siento solo. ¿Pero no estaba hace un rato paseando al perro? Pensativo, bajó la cuesta que hacía casi a diario, y se propuso cambiar su vida”.


“Un pez estaba en la sartén pero él no lo sabia. Nadaba feliz mientras hacia burbujas. Glub, glub, quién soy, de dónde vengo, a dónde voy, glub, glub. ¡Madre mía, qué cosa más fea! Picó el anzuelo y tuvo una muerte horrible”.


“Era una mujer delgada de cuarenta años. Salía del despacho de su abogado. Robaba en la tienda su vaso de leche condensada. Ojalá me lleguen ya los papeles del divorcio. ¡Otro fracaso matrimonial! Aquel día vendió el coche, se apuntó al club de lectura, y comenzó a escribir su diario”.


“Era una mujer de edad indeterminada. Estaba haciendo de soporte de una familia que no la apreciaba. Se miraba ante el espejo. Me he convertido en invisible. Ojalá se recupere pronto, pues es joven. Fue a una agencia de viajes y se fue al caribe”.


“Tenía quince años. Estaba en la etapa más dramática de la vida. Miraba con la vista perdida hacia la lisa superficie del mar. Esperaba el autobús. Qué buen día hace hoy. ¡No lo podemos creer! Siempre que algo se acaba, se cierra una puerta”.


“Un profesor de instituto muy serio. En el banco del colegio, esperando con su jersey rojo. Paseaba por la calle en pijama y bata, fumando su pipa y se sentó en un banco a leer el periódico. Vivir es un arte pero resulta que yo soy de ciencias. Todo el pueblo murmuraba, pero decía más con sus miradas que con sus palabras. Ignoró por completo los comentarios y siguió como si nada”.