Por Amelia de los Ríos.
Me llaman por teléfono desde la Residencia.
-¿Familiar de Rocio?
–Si, soy yo.
-No se preocupe -me dice-, no le pasa nada, pero haciendo limpieza en su dormitorio hemos encontrado una urna con cenizas dentro. ¿Sabe algo?
-Pues como no sea su hijo Antonio –comento-, de quien tenía los restos en su casa, donde se quedaron cuando ella se fue, pendiente de un destino definitivo. Los nuevos dueños, en vez de llamarme para consultar, los han llevado junto a su madre.
-Debe retirarlos, aquí no pueden estar -concluye.
¡Qué triste es morir y que no sepan qué hacer contigo! Después de dos matrimonios, cinco hijos, tíos, primos, una madre y supongo que algún amigo; que nadie te recuerde siquiera, es duro. ¡Qué desperdicio de vida! No has sabido dejar la herencia más importante: permanecer en la memoria de tus allegados y que te echen de menos, y una de las formas de conseguirlo es cultivando vivencias y querer a los demás y a ti mismo.
Dicen que se muere dos veces, una cuando se acaba la vida y otra cuando se olvidan de ti. Y hoy, Antonio, no quiero que te vuelvas a morir. ¡Va por ti!
Dicen que se muere dos veces, una cuando se acaba la vida y otra cuando se olvidan de ti. Y hoy, Antonio, no quiero que te vuelvas a morir. ¡Va por ti!